martes, 24 de marzo de 2015

Vendaval 1.1.1

-Zack, dime que tal te parece éste.
El interpelado, recostado en una cama que lucía una colcha de Hello Kitty de prevalecientes tonos rosa chicle, asomó los ojos por encima de su teléfono móvil con parsimonia. La chica que había ante él, rodeada por distintas prendas desparramadas por el enmoquetado suelo del dormitorio, lucía una falda de raja de color lavanda que le llegaba hasta las rodillas y un ceñidísimo top de tirantes finos de  color negro.
-¿La verdad? -preguntó mordiéndose el labio con un poco de picardía-. Ponte unas medias de red y esos zapatos de tacón con tira en los tobillos que tienes en tu “contrafondo” de armario y ya estarás lista... para ir a un cabaret.
-Tú siempre tan oportuno con tus sarcasmos, Zacarías...
La melena castaña de Mónica ondeó como en un anuncio de champú al darle la espalda con altivez antes de seguir con su encarnizada búsqueda en el armario. Empezó a desvestirse sin pudor, quedándose en ropa interior. El joven, no más de un año mayor que ella, dejó su aparato electrónico sobre el pecho, suspirando en parte divertido y en parte contrito.
-Tampoco es para ponerse de morros, Mó.
-¿Yo, de morros?
-Sólo omites tu manía de usar un diminutivo anglosajón con mi nombre cuando te empiezas a irritar -sentenció Zacarías, volviendo a sus tecleos de pulgar-. Y no recuerdo haberte hecho nada.
-Ya, pero es que hoy le estás poniendo pega o ironía a cualquier cosa que me pruebe.
-Sabes que con cualquier trapito que te pongas estás preciosa.
-¿Incluso con algo que, según tú, me hace parecer una pilingui?
Zacarías no pudo más que abrir la boca en respuesta antes de vociferar un “hey” cuando el móvil fue arrebatado de su mano. Sus ojos estuvieron demasiado fijos en la pantalla del aparato y los delicados pies descalzos de la muchacha no emitieron el ruido suficiente delatar la proximidad de ésta a la cama. No reprimió el impulso de bajar de la cama de un salto y dedicarle una mirada intensa y seria, carente de enojo pero llena de desaprobación.
-Devuélvemelo, Mónica -le espetó tendiendo su mano con autoritaria exigencia-. Ahora.
-¿Quién está usando ahora el nombre completo? -preguntó con picardía en sus labios la joven en paños menores, evitando que Zacarías, quien se le acercó impaciente, recuperase tan pronto el móvil-. A saber que escribes con tanto secretismo para que estés en plan tonto.
Él movió sus manos con celeridad, pero ella se escurría como un pez para eludir cada uno de sus zarpazos. Una acosadora danza en la que un sofocado Zacarías ansiaba el aparato antes de que Mónica pudiese echarle un ojo. Dicen que el fin justifica los medios, pensó él, así que en un momento en que ella le dio la espalda la agarró por la parte trasera del sujetador para que no se escapase; no tenía otro lugar donde agarrarla para detenerla con tan pocas prendas.
Aunque logró retenerla, al final ambos se precipitaron, tras un traspié, sobre el mullido suelo donde prosiguieron en retoces y forcejeos con el ímpetu de dos rivales de lucha grecorromana. Zacarías, por más que lo evitase, al final cayó en la vorágine de risas de Mónica, aunque seguía terco por recuperar su móvil antes de que viese lo que recelaba. ¿Cómo podía enfadarse de verdad con ella? Le era impensable, la quería e importaba demasiado como para llegar a tal improbable.
Pero al final no pudo evitarlo, lo supo cuando las risas de Mónica se fueron extinguiendo y dejó de oponer resistencia. Ella parpadeó sus ojos ante lo que estaba leyendo, mientras su brazo dejaba de esforzarse en apartar a tientas al dueño del aparato que tomó sin permiso. Él se detuvo en su forcejeo mientras se apagaban los colores de su semblante, intercambiando una mirada casi telepática con Mónica con la barbilla hincándose, prácticamente, entre los pechos de ésta.
-Zack... ¿Aún no...?
-Aún no -respondió con queda pesadumbre, casi encogiéndose de hombros-. Aún es pronto.
Mónica le acarició el cabello en un silencio que decía mucho. Zacarías no quiso mirarla a los ojos en ese instante, por lo que ancló su vista sobre ese intempestivo lugar que era el canalillo rodeado por un coqueto sostén de encaje perlado. La joven semidesnuda abrazó su cabeza con fuerza contra su pecho, con tal intensidad que él pudo sentir los latidos bajo los senos.
-Lo que hay que ver -dijo una voz desde la entrada del dormitorio, sobresaltando a los que estaban dentro. Como mejor pudieron, los que se hallaban en el suelo se incorporaron pero sin levantarse, para ver al chiquillo de no más de trece años que estaba apoyado en el quicio de la puerta con expresión exasperada-. Vale que tengáis confianza y todo eso, pero pensad en los demás que vivimos en esta casa. Un poquito de por favor.
-¡Jake! -espetó Mónica enojada y sofocada, mientras se recolocaba un costado de las bragas que se habían deslizado un poco con el forcejeo previo, para luego cubrirse con las manos y encogiendo el cuerpo con pudor-. ¡Nadie te ha dado permiso para entrar en mi cuarto!
-Un par de pequeños incisos, hermanita. Uno: no estoy técnicamente dentro, estoy en el umbral. Dos: la puerta la tenías bastante abierta como para veros si cruzaba por el pasillo.
-¡Oh, lárgate de una vez ya! ¿No ves que estoy casi desnuda?
-Francamente, te he visto más carnes en la piscina con bikinis mucho menos decentes que ese conjunto que llevas.
-¡Fuera!
Estuvo a punto de lanzarle el móvil de Zacarías como reacción, pero se detuvo a tiempo para tentar con la otra mano un cojín granate con forma de corazón que lo sustituyó como arma arrojadiza. Pero su hermano ya había salido de escena cuando el mullido objeto chocó contra el canto de la hoja de la puerta. No negó su berrinche con nulo disimulo cuando recorrió el dormitorio en escasas zancadas antes de cerrar la puerta de un sonoro portazo.
-Esta vez Jacobo tenía más razón que un santo -comentó Zacarías con el móvil de nuevo en su poder y guardándolo a buen recaudo en el bolsillo del pantalón. Era evidente que estaba un poco mejor de ánimos, ya que no tardó en mirarse en el espejo del armario para arreglarse la camisa-. Te dije que la cerraras del todo si ibas a probarte ropa.
-Me importa un pimiento del piquillo, Zack.
Un minuto escaso de silencio, en el que ambos se mantuvieron dándose la espalda, allí de pie en medio de la habitación y sin cruzarse sus ojos, que bastó tanto para templar por completo a Mónica como para que ésta recordase lo que había visto en el móvil de Zacarías.
-Zack -dijo rompiendo el mutismo mientras le daba de nuevo la cara-, sobre lo de antes...
-No le des más vueltas -atajó el interpelado con serenidad, mientras oteaba entre el revoltijo de prendas-. Lo único que podemos hacer es seguir caminando ahora que estamos de pie al fin.
-Pero...
-Ponte éste -insistió él, tendiéndole un vestido de satén en tono azul cobalto-. A penas te lo pones y es uno de los que más me gustan entre tantos que tienes. Creo que es perfecto para la fiesta.
Mónica se acercó hasta que lo único que los separaba fue la prenda en las manos de él. Debía correr un tupido velo a un tema que no sabía si reflotar en otro momento más apropiado, debía hacerlo por su Zack y la sonrisa sincera que éste le dedicaba.
-De acuerdo -contestó brindándole una sonrisa-. Como siempre, me fiaré de tu criterio.
Se puso de puntillas para que ambos rostros estuviesen a la misma altura, entonces juntó sus labios con los de él en un beso. No duró más de un par de segundos y las bocas a penas se movieron, pero no fue exento de sentimiento e intensidad.
-Pero nunca lo olvides, Zack -añadió después de ese fugaz beso, acariciándole con los dedos una de sus suaves mejillas de afeitado bien apurado-, eres muy, pero que muy importante para mí en mi vida y me es imposible concebirla sin tu existencia en ella.
Los ojos verdosos de Mónica se achinaron un poco por su más dilatada sonrisa cargada de complicidad, al ver que los de color marrón claro de Zacarías habían hecho exactamente lo mismo.
-Yo también te quiero, Mó.

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