jueves, 31 de marzo de 2016

Vendaval 1.1.4

-¡Tachán! -exclamó Mónica surgiendo con una pomposa pose de diva-. ¿Qué tal estoy?
En verdad, no necesitaba la opinión de nadie; ella sabía de sobra que estaba fabulosa. El vestido elegido por Zacarías le favorecía muchísimo, tanto en color como en forma y talle, se adaptaba perfectamente a su piel para realzar más ese cuerpo que procuraba machacarlo a diario con ejercicios físico. Los zapatos de tacón alto y el discreto bolso de diseño a juego, así como la rutilante plata de pendientes, colgante, pulsera en la muñeca derecha y anillo en el corazón de la zurda, fueron complementos que cumplían con creces con su función. Sin embargo, fue un fastidio para ella que la ignorasen así, y para más inri por lo que daba por sentado que estarían haciendo.
-¿Será posible?
Sus ojos se estrecharon por un segundo en rendijas severas formadas por sus párpados de pestañas alargadas al límite por el rimel. La musiquilla y los efectos sonoros que salían de los altavoces del plasma de cuarenta pulgadas evidenciaban lo que estaban haciendo Zacarías y Jacobo. Suspiró antes de avanzar por el enorme salón de su casa, dando más constancia de ello con cada intencionado taconeo sobre el parqué, aunque no parecieron percatarse de ello, ni siquiera al sentarse al lado de ellos en el chaise longe de cuero perlado frente a la pantalla.
No le quedó otra a Mónica que cruzarse de brazos y esperar mientras Zacarías ayudaba a Jacobo con el último juego de Zelda. Él nunca había sido forofo de las consolas, y menos de ese tipo de juegos, bien lo sabía ella; pero lo que sí que tenía Zacarías era una excelente habilidad visual y manual capaz de aplicar en cualquier situación.
-Venga, tú puedes... -no estaba claro si Jacobo estaba espoleando concretamente al jugador o al personaje, lo único evidente fue su fascinación al ver lo intocable que era Link cuando los controles estaban en las manos de Zacarías-. Ya casi... ¡Toma ya! ¡Chúpate esa, Volga!
-¿Ya habéis acabado? -preguntó Mónica con palpable y huraña impaciencia, consiguiendo al fin algo de atención-. La verdad, Jake, te emocionas con un juego de nada como si fueses un niño pequeño. No vas a asimilar nunca que estás ya en secundaria, por lo que veo.
-Habló la nueva universitaria -soltó el aludido con mordaz sarcasmo. En otra época más pueril su hermana le habría sacado los colores con esos comentarios, pero estando ya en plena pubertad su carácter empezó a consolidarse con la rebeldía propia de esos años de hormonas danzantes-. Bien que coges mi Wii U  para jugar al Just Dance y la Play para el SingStar...
-No olvides guardar la partida -terció Zacarías apresurándose en devolverle el mando a Jacobo, antes de que estallase una de esas broncas fraternales de las que era ajeno por su condición de hijo único-. No hace falta que te regale el oído, Mó, sabes muy bien que estás preciosa a todas horas -añadió al reconocer en sus ojos claras intenciones de replicar al hermano. Ese halago que dijo para sosegarla sonó más bien a hecho indiscutible en sus labios-. Ya podemos irnos, princesa.
-Hasta luego Zack -dijo Jacobo a la vez que se lanzaba en bomba sobre el sofá para enfrascarse de nuevo con la videoconsola-. Que te diviertas. ¡Ah, y gracias!
No le hizo gracia a Mónica que la omitiese, pero decidió dejarlo correr; o mejor dicho, esa era la única opción que le permitió Zacarías, quien la arrastró con cortesía hacia el recibidor, a pesar de que el deseo de estrangular a Jacobo se evaporaría justo antes de alcanzar la entrada de su casa. Se abrió fortuitamente cuando dos figuras un hombre y una mujer se disponían a entrar.
Él, algo entrado en los cuarenta, tenía toda la pinta de hombre de negocios que conservaba la buena presencia de sus años de yuppie, pese a diversas vetas plateadas en su cabello engominado. Respecto a ella, que no vestía especialmente elegante pero tampoco informal, no cabía duda de que era una década más joven, exudando todavía la juventud que aún no había empezado a decrecer en su cuerpo y su espíritu. Sin embargo, ambos adultos reflejaron en sus rostros la sorpresa y el bochorno propios de adolescentes pillados infraganti haciendo algo que no debían hacer o que se avergonzaban de su descubierto. No se esperaban a nadie nada más entrar.
Mónica sintió que se le esfumaba de un plumazo tanto el entusiasmo por salir de fiesta como el recuerdo de su pique fraternal con Jacobo, mientras su rostro palidecía y se apresuraba en borrar un claro sentimiento entremezclado de asco, incredulidad... y cierta deslealtad.
-Hola, papá -saludó al recién llegado con estoica y seca serenidad en su voz, mirándole muy fijamente antes de desviar sus ojos hacía la mujer que estaba al lado de él-. “Tita”...
Los aludidos intentaron disimular, pero Mónica estuvo segura de haberles visto sonreír con complicidad mientras abrían la puerta; y por más que Santiago, su padre, atusase la corbata ya había pillado a su tía Mercedes jugueteando con ella como queriendo arrimarle muy cerca. Demasiado y más de la cuenta, pensó. Y ya fuese para bien o para mal, la cara de simple y llana sorpresa de Zacarías le confirmó que sus ojos no erraron. Deseó exigirles explicaciones entre exabruptos y reprimendas, pero al final apretó la carne interna del labio con los dientes para no hacerlo.
-Creí que ya estabais de camino a la fiesta -bajo la usual sobriedad de su voz profunda, aún perduraba una irrisoria nota de sobresalto. Santiago no pareció captar la mirada que le dedicaba su hija, como diciéndole “vaya forma tan peculiar de devolverme el saludo”-. ¿No se os hace tarde?
-Vamos bien -le contestó automática y tajante su primogénita-. Aunque no tanto como otros.
Ese comentario claramente despectivo produjo un silencio un tanto cargado de tensión, y nadie parecía capaz de limar esa leve aspereza; sólo se oía de fondo a Jacobo jugando a la consola, ignorante a lo que pasaba en el recibidor. Sin embargo, Mónica pareció disfrutar un poco de esa circunstancia, aunque se esforzaba por no dejarse abatir por el remordimiento.
-Hoy estás muy guapa, Mónica -añadió Mercedes brindando una sonrisa sincera y cariñosa a su sobrina, esforzándose en restar violencia a la escena-. Y tú estás hecho todo un galán, Zacarías.
-Sé que estoy guapa -terció su sobrina, dejando al joven que la acompañaba con la palabra en la boca-. Y eso es porque lo soy, y lo mismo se puede decir de Zack.
-Será mejor que nos vayamos ya, Mó, por si el tráfico nos traiciona -comentó Zacarías arrimando a Mónica hacia sí en un medio abrazo para acompañarla fuera de la vivienda, sabiendo lo contraproducente que estaba siendo la situación-. Hasta luego, Santi, Merche.
Los que estaban junto a la entrada, algo pasmados por esa actitud de la muchacha tan difícil de digerir, no añadieron nada más; tan solo se apartaron para dejarles paso. Con tal osadía ponzoñosa y altiva caminó Mónica, que era muy probable la posibilidad de arrollarlos a su paso sin miramientos si no se hubiesen movido.
-¿Hacía falta que te metieras a fondo en el papel de arpía herida, rencorosa y amargada salida de un culebrón barato? -preguntó Zacarías con prudente sinceridad cuando estuvieron a solas en el ascensor-. Y luego quieres dar lecciones de madurez a Jacobo.
-Déjame tranquila -espetó desquitándose con el botón de la planta baja. Su arrebato estaba en un tira y afloja con el remordimiento al que llevaba rato resistiéndose-. Sabes de sobra que esta familia lleva años lejos de convertirse en una secuela de La Casa de la Pradera.
-Una cosa es que seáis independientes y tiréis cada uno por vuestro lado y aún así os queráis y os importéis de verdad -argumentó nada más iniciarse el descenso del ascensor-, otra bastante distinta es que quieras hacer daño de manera ilícita e intencionada a un padre que nunca se ha portado mal contigo y que te quiere mucho más de lo que puedas imaginar.
-Eso ya lo sé -admitió Mónica entre resoplidos, mientras oteaba su sutil capa de maquillaje en el espejo al fondo del cubículo, por si se hubiese estropeado con su irritación. De paso, se colocó bien un par de mechones de sus cabellos, los cuales había ondulado un poco y recogido en una coleta a la altura de la oreja izquierda-, pero... ¿Es que no has visto lo mismo que yo?
-Claro que lo he visto. Pero lo que no veo es el problema que al parecer tú sí puedes ver.
-No me busques la boca.
-¿Tanto te jode que se plantee rehacer su vida después de tantos años? ¿O te cabrearía menos si hubiese sido con cualquier desconocida en vez de la hermana de tu madre?
No recibió respuestas en lo que quedó de descenso, pero Zacarías no las necesitaba. Conocía demasiado bien a Mónica, y por su silencio, la mirada perdida en la nada y el hervidero de emociones opuestas que debía estar cociéndose en su fuero interno, supo que esta vez tampoco estaba él demasiado desencaminado. La joven continuó excesiva y forzadamente callada incluso después de salir del ascensor una vez que habían llegado a la planta baja.
-Sabes muy bien que tu madre es insustituible para él -prosiguió sin importarle que ella se cerrase en banda, rompiendo ese silencio que perduró más allá de dejar atrás el céntrico edificio. No le sorprendió verla tensa y andando un metro por delante de él, aunque sus palabras lograron que aminorase el ritmo-. Ya me hago una idea de la lista de sandeces que están desfilando por tu cabeza.
-Creía que él la amaba de verdad -contestó Mónica con actitud algo más relajada. Parecía medio absorta en un pasado diluido pero aún así imborrable-. Yo no recuerdo mucho, ya sabes que mamá murió al poco de nacer Jake y yo a penas iba a párvulos, pero tía Merche siempre me contaba lo mucho que se querían, con ese tipo de amor tan envidiable como aborrecible... E incluso a esa edad tan inconsciente supe lo derrumbado que se quedó papá cuando murió en ese accidente. Por eso jamás pensé que se plantearía rehacer su vida con otra, y menos después de tantos años.
-Eso no significa que halla dejado de amarla o que la quiera menos; y permíteme que te diga que en estos tiempos ningún hombre que enviude tan joven como enviudó él duraría tanto sin siquiera echar una canita al aire. Le honra haber respetado la memoria de tu madre, al menos que tengamos constancia clara de ello, todo este tiempo; pero también se merece buscar de nuevo un poco felicidad en ese terreno, aunque quizás no llegue a ser tanta como la que tuvo con ella.
»No se puede vivir siempre de recuerdos y pena -añadió renovando sus pasos y cogiéndola de la mano. Sacó del bolsillo la llave de su coche al estar cerca de donde lo estacionó. Mónica se mostró más mansa y alentada, el contacto físico y las palabras de Zacarías fueron como un bálsamo para ella-, y admite que se merece vivir para algo más que trabajar o estar pendiente de sus hijos. La soledad es muy mala, Mó, y más si se le pasa por la cabeza la realidad de que eres toda ya una mujer que tarde o temprano dejará el nido, y lo mismo verá en Jacobo en unos cuantos años.
-Dices eso último como si fuésemos a mandarle ya a una asilo, ya te vale.
-Ya me entiendes.
-Sí, sí... -se apoyó sobre el capó cuando llegaron al pequeño Peugeot 206 Cabriolet plateado de Zacarías, sin miedo a ensuciar su lindo y caro vestido sabiendo que su dueño siempre lo mantenía impoluto-. Mi madre debe estar también hartita en el otro barrio de que él siga siendo un adicto a la viudedad, aunque tenga que compartirlo con su propia hermana. Precisamente me choca que sea con ella, si ni siquiera nos lo habíamos olido lo más mínimo. Merche siempre ha estado pendiente de nosotros dos, pero me es raro que algún día pueda ser mi madre además de mi tía.
-Creo que eres mayorcita para tener esos traumas de malvada madrastra de cuento -alegó después de activar la apertura remota del coche-. Lo que hagan tu padre y tu tía entre ellos no tiene porqué afectar a lo demás. Quitando el hecho de que se atraigan, yo lo veo todo como siempre.
Ya ambos dentro del coche, Mónica apoyó la cabeza en el hombro del conductor.  Consideró irónico que en menos de una hora pasara de consoladora a consolada.
-¿Ves? Sigo diciendo que deberías estudiar psicología en lugar de derecho, Zack.
-Bueno, piensa que puedo ser muy convincente ante un jurado con esta labia que tengo.
Ella sonrió, y eso le gustó a Zacarías, quién deseaba ver a su Mó de siempre. Cuando él echó  mano sobre la palanca de freno tras arrancar el motor, ella posó la suya encima con cariño.
-Te propongo un trato: olvidemos tus neuras y las mías, al menos por hoy. Esta noche toca divertirse y ya tendremos tiempo para hablar de estos temas en momentos menos intempestivos.

-Por mí perfecto -contestó él con una sonrisa-. Y ahora te pido que te abroches el cinturón.

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