martes, 9 de agosto de 2016

Destino: Lázaro (parte 2)

Nadie sabía aún el porqué, pero la Tierra sufrió una terrible crisis en la que tanto la humanidad como el propio planeta estaban destinados a perecer. Los humanos, impotentes en aquella época, no pudieron hacer lo más mínimo por evitarlo, por lo que huyeron en grandes naves al espacio, pero sin alejarse demasiado de su planeta natal, con la esperanza de volver a él. La cuestión era: ¿Cómo evitar aquellos extraños fenómenos que lo arruinaban? ¿Cómo devolverle su estado original? Ahora era un planeta árido, el agua estaba casi extinguida y corrompida, y tampoco parecía haber vida de ningún tipo, ni vegetal ni animal; pero los humanos que consiguieron escapar no perdían ni su fe ni su amor por su patria universal.
Cada dos meses, científicos, militares y políticos de entre los supervivientes a la catástrofe se reunían para debatir como salvar y recuperar la Tierra; aunque estaba claro que en tres décadas no habían logrado grandes avances. Salvo dos personas de talento equiparable pero con ángulos de visión diametralmente contrarios. Ese día había reunión.
-¡Orden en la sala! -exclamó el presidente de la asamblea de la Tierra para apagar el murmullo de los presentes-. El tema de esta reunión serán los dos únicos proyectos que, después de tantos años, han mostrado los logros y los avances más viables. Profesora Natasha Everlast, comandante Stephen McNeill, expongan, por favor.
McNeill era un hombre de rostro recto, rasgos muy marcados y mirada glacial, con una impecable barba muy corta y cuadriculada, libre de canas pese a rebasar los cuarenta; era considerado todo un verdadero genio científico que usaba su talento con fines militares, con grandes conocimientos de ingeniería y todo un estratega. Dejó que hablase primero la profesora Everlast, pero sólo por pura caballerosidad protocolaria y casi obligatoria. Ella se colocó adecuadamente sus lentes con elegancia y de forma muy intelectual mientras carraspeaba para aclarar la voz que alzaría para ser escuchada con claridad.
-En lo que se refiere a la reconstrucción de la Tierra, ya hemos desarrollado investigaciones de cómo restablecer paulatinamente el equilibro en la naturaleza del planeta. En estos tiempos no sería posible que esté como hace treinta años, pero si todo sale según mis investigaciones, en cien años se vería bastante similar a como fue antes del Apocalipsis.
-Es grato escuchar eso, Natasha -dijo el vicepresidente desde la mesa que ocupaba delante de los asistentes, un hombre de mediana edad amigo indiscutible de la prodigiosa científica-, ¿y sabes ya cómo evitar los extraños ataques a la Tierra?
Aquellas fueron palabras propicias. La onda expansiva de algo enorme moviéndose a gran velocidad no demasiado lejos de su ubicación sacudió la nave colonia de forma considerable por unos breves pero nada agradables segundos. Todos supieron de antemano, antes de asirse como mejor pudieron para no darse de bruces a causa de la sacudida, de qué se trataba. Era lo que colisionaba de forma irregular contra la Tierra, lo que provocó el declive de la vida y la civilización sobre su faz. Era imposible, a pesar de la alta tecnología que alcanzó la sociedad de esa época, captar imagen alguna de lo que era y calcular su origen.
La profesora Everlast se volvió a colocar las gafas antes de atusarse un poco el moño.
-Está claro que enfrentarse a lo desconocido es algo imposible, por eso durante estos años he dedicado gran parte de mi esfuerzo en conocer la verdad.
-¿Y algún día nos dirás qué o quiénes están molestándonos, o prolongarás adrede tu trabajo para no perder tu entretenimiento, Natasha? -interrumpió de forma poco educada el comandante McNeill, estaba claro que él no sentía respeto por los esfuerzos de sus colegas a la causa. Kate miró con rabia a ese hombre tan despreciable, apretando tan fuerte los puños hasta casi herirse con las uñas, sintiendo ganas de responderle e incluso vapulearle... pero la mano de su mentora en su hombro la contuvo-.Ya casi treinta años que estamos en el espacio, y si vamos a recuperar la Tierra, adelante. Pero para perder el tiempo mejor colonizar un nuevo planeta; porque tecnología para encontrar otro lugar donde asentar a la humanidad tenemos.
«Yo si que te mandaba a otro planeta, a la otra punta del universo... y sin tecnología ni nada, de una patadita en el culo por cortesía de una servidora», rumió Kate en sus adentros, esforzándose aún más por no exteriorizar algo que sin duda era compartido por un buen número de los asistentes a la asamblea.
La sabia científica soportó con temple y una sonrisa llena de cortesía a las palabras de la lengua viperina de su colega, algo que hizo acentuar la admiración de su pupila hacía ella. Después desvió la mirada de nuevo a los miembros de la asamblea, acercando sus dedos con precisas tientas al teclado que tenía delante. En el centro de la sala se proyectaron imágenes holográficas de pasmoso realismo de distintos dispositivos sobre los que Everlast empezó una explicación detallada, con voz serena pero sin resultar soporífera. La primera imagen fue aquel aparato que usó Kate momentos previos.
-Esto es Scheherezade, el cual permite alcanzar con control humano el estado de sueño, así como registrarlos en formato de videos con audio y estudiar lo que sueña la gente.
-¿Y de que sirve semejante tontería? -McNeill espetó esa pregunta con nulos modales, llevándose la mano a la frente. La profesora ignoró al militar, dirigiendo de nuevo sus palabras al resto de congregados.
-Usando Scheherezade con cierto individuo en concreto podemos ver en sus sueños lo que ocurrió hace años en la Tierra, y poco a poco estamos descubriendo la causa y origen de la catástrofe. Puede parecer anticientífico e irracional -prosiguió sin ser ajena a la naciente aprensión escéptica en las caras de todos, salvo en la de Kate-, pero el usuario de Scheherezade tiene una extraña cualidad: puede ver en sus sueños muchas cosas, especialmente lo que ocurre ahora, lo que ocurrió en el pasado y, posiblemente, puede ver lo que ocurrirá en el futuro en algún momento. En quince años que llevamos estudiando sus sueños, ha podido aportarnos gran información exacta de lo sucedido.
Una carcajada llena de mofa maliciosa se propagó resonando en la sala magna, los asistentes miraron con vergüenza ajena ante la carente educación que podía llegar a manifestar McNeill cuando se dejaba manejar por lo ególatra  que parecía capaz de ser.
-¿Ahora resulta que empiezas a creer en cosas tales como la adivinación y las premoniciones? Realmente usted está ya senil, Everlast.
-Puedo asegurarte, mi querido Stephen, que mi salud mental está tan lúcida como cuando gané el Nobel a los veintidós años -repuso Natasha manteniendo intacta su compostura y su voz serena, como si estuviese escuchando el berrinche irrelevante de un niño de guardería. Para satisfacción de muchos, ella logró que McNeill silenciase su díscola boca... al menos por un rato-, y espero que cuando llegues a mi edad tengas la misma suerte.
»Antes de estudiar los sueños relacionados con el Apocalipsis, experimentamos con otros individuos utilizando a Scheherezade para dar fe de la viabilidad de las facultades del sujeto. Puedo asegurar que, aún saliéndose de las leyes de la ciencia y la lógica, posee las capacidades que he mencionado antes; pero éstas son más intensas cuando sus sueños están relacionados con lo sucedido hace treinta años, pues el sujeto tiene una fuerte conexión con dichos acontecimientos.
-¿Y de quién se trata? -preguntó McNeill en voz aún más alta, para que se le oyese sobre los efervescentes y tímidos murmullos de los asistentes ante las explicaciones de Everlast-. Tenemos derecho a saber que clase de demente tienes como conejillo de indias.
-¡Soy yo! -espetó Kate levantándose con vigor y mostrando un rostro desafiante, provocando con ello el mayor asombro general en la sala. La propia ayudante de Everlast era quién, según la teoría de ésta, veía el pasado relacionado con el Apocalipsis-. Sí, yo soy quien duerme en Scheherezade y registra los sueños, y son verdad. Me da igual que me crean o no, a mi sólo me importa volver a la Tierra, que todos volvamos, y si para lograrlo tengo que ser tachada de loca el resto de mi vida y más allá de ésta por lo que la humanidad grave en las páginas de la historia, pues que así sea.
Crecieron los comentarios por lo bajini entre los asistentes, el presidente de la asamblea era incapaz de cesar ese bullicio por más que golpease su martillo sobre la mesa con imperio hasta casi romperlo, intentando a su vez en vano alzar su voz por encima de las de los demás. Mientras, el comandante McNeill oteó con odio a Kate, dejando caer toda la fuerza de su peso sobre el respaldo de su asiento; ella no iba a ser menos y le escrutó con idéntico y maximizado sentimiento. Sendos pares de ojos enfrentados los hacía parecer dos bestias que fuesen a atacarse mutuamente en cualquier momento. Por fortuna, una barrera entre ambos se interpuso: la doctora Everlast cortó de cuajo el contacto visual entre ambos al inclinar un poco el cuerpo.
La anciana científica miró a la mesa de la asamblea e hizo gestos con sus manos pidiendo a los congregados que bajasen la voz.
Sorprendentemente, todos callaron.
-No quería dar información clasificada sobre el sujeto de mi investigación, pero sí, la señorita Katherine Burton es quien recoge los datos, “mi conejillo de indias”, en términos de Stephen. Esta joven, que para mí es como la hija que nunca tuve, desde niña ha mostrado una extraña peculiaridad relacionada con sus sueños, especialmente todo lo vinculado con el Apocalipsis.
-¡Por el amor de Dios! -exclamó con impertinencia y regresando a la carga el comandante McNeill. Nadie parecía sorprenderse de semejante actitud, especialmente por el hecho de usar esa expresión con blasfemo y cínico descaro, siendo más que sabido que era un acérrimo ateo-. Profesora, me parece ofensivo que una de las científicas de mayor renombre de la historia, de cuya mente han nacido numerosos inventos y descubrimientos que han mejorado la vida de la sociedad, nos venga con cuentos de esos. Menudo mal chiste.
-No creo que sea un “cuento” lo que digo. La madre de la señorita Burton... -detuvo por un segundo sus argumentos para observar el semblante de su ayudante; el tema de su progenitora era uno de tantos que procuraba tratar con papel de seda, especialmente en su presencia. Decidió proseguir al ver la tranquilidad despreocupada que le transmitió Kate con respecto a la mención de esa persona- me enseñó hace mucho tiempo que la ciencia y el conocimiento no son nada si no se usa el corazón y la emoción de los humanos. Su madre tenía una extraña facultad, un don si algunos prefieren catalogarlo así, imposible de hallarle explicación. Era muy intuitiva, sabía siempre si algo iba a pasar o no; veía lo que ocurría en ese mismo momento en otros lugares del mundo, así como algunos hechos acontecidos en el pasado o en el futuro. Quizás se deba a eso las cualidades de la señorita Burton, pero también debe vincularla el hecho de que ella y el Apocalipsis son, por así decirlo, hermanos gemelos.
-¿Perdón? -preguntó con sorna ese científico militar respondón, muchos de los presentes tampoco parecían entender las últimas palabras de Everlast. En cambio, Kate se mostró con expresión ensimismada, perdida en sus recuerdos y en su fuero interno pero a su vez consciente de lo que ocurría en la asamblea.
-En el mismo momento del Apocalipsis, cuando todo el planeta tembló por primera vez, Katherine Burton empezó a vivir y su madre... falleció.
-Pura casualidad, demasiada diría yo, pero eso no significa nada.
-¿Seguro? -preguntó tajante pero serena Everlast-. Puede que sea casualidad, pero quizás estaba prefijado que todo coincidiese. La propia madre de esta mujer sabía de antemano que moriría de manera irremediable en el instante del alumbramiento, y que ese hecho marcaría la diferencia en las décadas venideras. Aún recuerdo sus últimas palabras entre contracciones, poco antes de que saliese su bebé del útero -fue entonces evidente para todos los presentes que la científica desbordaba toda su humanidad, pues un pequeño nudo pareció apretar su garganta mientras su memoria, famosa de ser eidética, compartía dicha vivencia-: “Cuida de mi hija, Natty, pues de ella dependerá toda la humanidad y el propio planeta, por increíble que esto pueda sonarte. Ella revelará la verdad, y tú estás destinada a ayudarla”.
»Desde ese día cuidé y aleccioné a Katherine -prosiguió mientras lograba con éxito no demostrar el menor signo delatador de que estuvo conteniendo las lágrimas, manteniéndose firme pero flexible como el bambú-, pero esta reunión no es para hablar de mi vida personal, sino para solucionar el problema que llevamos soportando durante tres décadas.
Un silencio total inundó la sala, esas revelaciones cambiarían no sólo la imagen de la prestigiosa profesora Everlast, para bien sobre algunos y para unos pocos para mal, sino que cambiaría también el destino de la humanidad; su lucha por frenar la amenaza invisible y dar el primer movimiento para recuperar la Tierra.
El comandante McNeill abandonó la reunión sin decir nada, aunque su rostro delataba aberración y antipatía por los métodos y teorías de su veterana en la ciencia. Gran parte de los presentes a la reunión y de los miembros de la asamblea dieron el visto bueno al Proyecto Scheherezade, así como al que lo sucedería y que aún estaba en fases de desarrollo: el Proyecto Lázaro.

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