viernes, 11 de noviembre de 2016

Destino: Lázaro (parte 3)

Poco a poco la fecha del trigésimo aniversario del Apocalipsis estaba más próxima, y para desgracia de los detractores del Proyecto Scheherezade, las investigaciones de Natasha y Kate estaban cada vez más cerca de terminar, y por tanto, el Proyecto Lázaro sería una realidad.
-Pronto acabará esta larga pesadilla.
-Con ese optimismo, aunque sólo esté en tus palabras, seguro que acelerarás todo el proceso -añadió Natasha ante ese comentario, cesando el tecleo de sus envejecidos pero aún activos dedos. Había sido un camino largo, en ese instante se permitió quitarse las gafas y descansar la vista, al igual que hacía lo propio con su espalda contra el cómodo sillón en su “despacho”-. En momentos como éste me gustaría ser al menos un par de décadas más joven.
-No digas tonterías -terció Kate desde el sofá donde descansaba, aún recuperándose de la última e intensa sesión con Scheherezade de esa mañana-. No todos llegan a tu edad con tus facultades físicas y mentales, y yo doy por seguro que nos enterrarás a todos.
-Los años no pasan el balde, Katherine -esa fue una de esas raras veces en las que no se dirigía a ella por el diminutivo-. Tienes razón, aún no muestro esos típicos achaques propios de los que ya han llegado a mi edad, y toco madera para que se demore el día en que me convierta en una vieja chocha y senil; pero las vivencias, especialmente éstas que estamos viviendo los últimos treinta años, hacen que se sienta más la edad más abajo del tuétano. Por suerte una sabe llevar la procesión por dentro y aguantar día a día mientras pueda.
-Quizás te venga bien ahora una taza de café.
-Sería algo propicio, sí... Aunque ese sucedáneo de compuestos químicos que llamamos ahora “café” no tiene nada que ver con el que disfrutábamos en la Tierra.
-Seguro que cuando volvamos a la Tierra tomaremos juntas ese café legendario que tanto mencionas y añoras -ya parecía del todo repuesta, pues se levantó del sofá con agilidad y sin sentir el menor mareo o reminiscencia de fatiga-, pero de mientras nos toca conformarnos con este café que es café café para los de mi generación en adelante.
Kate se perdió por la puerta, de apertura automática por censor de movimiento, que daba a la cocina. El compartimento que compartían ambas era limitado, pero no podían quejarse dadas la situación y que era mejor que muchas de las otras “viviendas” en las que habitaban el resto de exiliados al espacio. Tenían sitio suficiente para una modesta sala de estar que a la vez era el despacho de Natasha para cuando ésta quería trabajar fuera del laboratorio, una minúscula cocina, dos pequeñas habitaciones individuales y un cubil que hacía de baño con su lavabo, excusado y plato de ducha metidos casi a presión.
En esos tiempos que vivían, aquello era todo un palacio, reflexionó Everlast. Hacía muchísimo que ya ni extrañaba ni recordaba el enorme ático en el cual vivió antes del declive de la Tierra.
A penas sobrevivieron cerca de un millón de personas treinta años atrás en el Apocalipsis, habitando en diversas naves de gran tamaño que con el tiempo se interconectaron para facilitar la comunicación y el desplazamiento entre todas. Treinta años después, a pesar de las limitaciones y las condiciones de vivir en el espacio, todo tan sintético, tan artificial, tan poco natural, a penas duplicaron dicha cantidad entre los que iban pereciendo en su mayoría los más ancianos al no adaptarse bien a ese nuevo “hábitat” y los nacimientos que se producían con cuenta gotas por un lado controlando la natalidad ante la inconveniencia de poblar las naves más allá de la capacidad máxima que disponían, y que de todos modos esa situación deprimente no animaba a todo el mundo a la hora de adentrarse en la fecundación, especialmente por medios naturales, y cada año que pasaba iba siendo más necesario volver a un lugar donde la humanidad pudiese expandirse y vivir sus vidas de verdad.
Pero Natasha estaba convencida de que el día de volver a la Tierra estaba ya cerca. Confiaba en Kate, en sus sueños visionarios y su ferviente y obstinado deseo de llegar a buen puerto; llevaba toda la vida de esa joven volcando su fe sobre ella día tras día. Jamás pensó, antes de conocer a Elvira Burton, que llegaría a sentir el orgullo propio de una madre hacia su prole; precisamente ella, una mujer que se percató tarde de que había dedicado su vida por completo a su profesión y descuidado el terreno sentimental.
La científica de renombre tomó el marco digital que había sobre su escritorio, junto al monitor. Fueron desfilando gradualmente las no muchas fotos almacenadas, en su mayoría en compañía de Kate, desde que ésta era un bebé, pasando por la niñez y la adolescencia, hasta alcanzar la edad presente en la que se hallaban. Pero buscó de modo manual y presuroso en el marco una instantánea en concreto, hasta que la encontró finalmente.
Su calidad era pésima, se trataba de un escaneo de una foto física cuyo original conservaba en su dormitorio, dentro de una pequeña caja con el resto de escasos recuerdos de su vida anterior en la Tierra. Fotos así había pocos que las tuviesen aún en esos tiempos. A pesar de los arreglos con editores de imagen, eran perceptibles las arrugas y demás defectos que tenía el original cuando la escanearon, provocados por la catástrofe y la presura a la hora de huir del planeta. Pero aún se podía apreciar con gran detalle a las dos mujeres sonrientes que salían una al lado de la otra.
En esa imagen, Natasha era unos escasos años más mayor que Kate en la actualidad que vivían, y la verdad era que se había conservado muy bien en esas casi tres décadas. En la foto su piel aún era tersa como la porcelana, su cabellera entonces caoba todavía no la recogía en un moño, sino en una coleta alta, y usaba gafas de monturas de pasta gruesa y lentes estrecha que tan de moda se volvieron a poner en esos años. Siempre se sorprendía verse sonriendo con esa frescura en los labios, recordando aquella época que ya le era tan lejana como ajena. También se sentía extrañada de verse en esa foto, con ropa de calle, la Natasha de ahora tenía batas y uniformes de científica hasta en el diminuto fondo de su armario.
El olor a café, que nunca se podría comparar al del café de verdad, fue captado por su olfato llegando desde la puerta que Kate, en ese instante llenando las tazas, había dejado abierta al desbloquear el sistema automático de apertura y cierre. Eso hizo que se derritiese más su alma, con los recuerdos de aquella mujer que salía a su lado en la foto, esa mujer que murió hacía tanto tiempo. Esa mujer que fue la mejor y más sincera y leal amiga, como de la misma familia, que había tenido Everlast en su vida, y que sin ella a su lado habría sido tan fría y cuadriculada, con menos inteligencia emocional, como le ocurría a muchísimos colegas de su gremio.
Acarició la pantalla del marco digital con cuidado, Elvira murió justo un año después de ser tomada la foto. Natasha estaba totalmente convencida de que ella ya debía de ser más que consciente del tiempo que le restaba de vida y que estaba a punto de quedarse embarazada, gracias a ese extraño don que Kate aún no había llegado a explotar con la intensidad y las dimensiones abrumadoras con que lo había hecho su progenitora.
Los dedos de la científica rozaron la cara de aquella que acompañaba a su yo del pasado, Kate era su vivo retrato viéndola con edades parejas. Sólo había pequeñas diferencias, como que los ojos de Elvira eran totalmente negros y brillantes como su cabellera, o que no compartía con su hija el pequeño hoyuelo en el mentón y los labios carnosos que ésta sí tenía; esos rasgos sutiles que las diferenciaban debió sacarlos de ese padre que ambas desconocían su identidad o si habría sobrevivido siquiera al Apocalipsis.
En aquella foto el vientre de Elvira era completamente plano, pero a los pocos meses se quedó encinta, y no le constaba a Natasha que su amiga hubiese mantenido una relación formal ni de haber conocido a alguien por aquella época. ¿Habría visto Elvira con su don con quién tendría que engendrar a Kate? ¿La tuvo sin ser fruto del amor? ¿Bastó sólo usar un hombre predestinado para ese nacimiento? ¿O sí había sido fruto de un amor resurgido, de una época anterior a que se cruzaran sus caminos? Ese fue el único secreto que la madre de Kate se llevó consigo con el último aliento, y Natasha nunca lo sabría. Y nunca compartiría estas cuestiones con su querida ayudante, se juró a sí misma tiempo atrás, aunque seguramente por la mente de Kate habrían pasado algunas de esas preguntas... o todas.
-Aún confío en ti, Elvy -susurró a la foto con un quebrado y sentido hilo de voz, conteniendo las lágrimas para no preocupar a Kate, la cual volvería a la sala de un instante u otro-. Sólo te pido que allá donde sea que estés ahora nos ayudes y cuides de tu niña... de nuestra niña, porque sabes que la quiero tanto como la querrás tú.

Muchas veces Natasha se cuestionó si se habían conocido de la forma tan fortuita que lo hicieron ella y Elvira a causa del don de ésta, que desde el principio necesitase a la científica para el futuro que estaba predestinada Kate, para el futuro de la supervivencia de la raza humana. Una parte de sí misma, la más lógica, objetiva y racional de una mente brillante, le decía siempre que sí. Pero su lado humano le decía que eso no importaba, porque el cariño que se habían tenido las dos fue sincero y de todo corazón; y esa era una de las pocas cosas que estaban completamente de acuerdo Natasha y la profesora Everlast.

No hay comentarios:

Publicar un comentario