viernes, 13 de enero de 2017

Vendaval 1.1.5

El campus universitario era un sitio peculiar, al menos a ojos de Mario. Todo un collage arquitectónico si se apreciaba el conjunto global actual de la construcción. La fachada principal, adonde ellos se dirigían, era de las pocas estructuras originales que perduraban tal y como se edificaron a principios del siglo XX, salvando pertinentes y ocasionales restauraciones; pero si uno se paraba a analizar a fondo el conjunto, apreciaría su ampliación a lo largo de las décadas por la evolución gradual de las tendencias arquitectónicas, hasta llegar a los edificios más vanguardistas donde predominaban el vidrio, construidos pocos años atrás.
Echando un ojo a su reloj de bolsillo, comprobó que llegaron en un momento bastante idóneo, ni a la hora exacta ni demasiado pronto, al ver que no eran los únicos en congregarse allí, y seguramente ya habrían entrado unos tantos más en el edificio.
Incluso desde el pie de las escaleras que daban a la entrada principal se podía distinguir que ese lugar estaba más destinado a un festejo que al estudio en ese día que podía considerarse especial; ya que el centro cumplía su primer centenario. La directiva quiso preparar algo no demasiado formal para que pudiesen disfrutarlo tanto el profesorado como el alumnado; aunque tomaron medidas un tanto selectivas a la hora de las invitaciones, como por ejemplo excluir a los que ese año empezaban sus estudios, salvo si asistían como acompañantes de alumnos superiores.
-¿Seguro que no te incomoda que sea yo la que te invite a una fiesta esta vez?
-Muy seguro. Aunque defiendo mucho la costumbre de que el hombre debe ser un caballero con las damas, sabes que estoy también a favor de la igualdad.
-Sí, lo sé. Pero no te voy a negar que me guste más cuando me agasajas.
-Mejor que no se enteren tus compañeros de facultad que soy tu talón de Aquiles -comentó Mario con una cómplice sonrisa torcida-, o perderás tu reputación.
-¿Cuál de ellas? Tengo unas cuantas, que van desde “la mujer de negro” a “la necrófaga”.
Mario no pudo responder a ese comentario cargado de mustia retórica, al captar de soslayo una moto de intenso color azul dirigiéndose hacia ellos a una velocidad peligrosa e inadmisible en ese tipo de vía. Aunque el conductor tuvo pericia a la hora de virar para eludirles por el canto de un céntimo, él redujo ese margen de riesgo apartándose a la par que tiraba hacía sí a su novia.
-¿Pero qué prisas tendrá? -elucubró recobrando el hálito, más perplejo que enojado. Ni siquiera pudo ver la matrícula cuando sus ojos se orientaron hacia el vehículo a la fuga al bordear la fachada. Pero esa fue una preocupación menor, consideró tras apartar un poco a Beatriz para contemplarla-. ¿Te encuentras bien?
-Sí, ni un rasguño -confirmó con pasividad y seriedad, comprobando que no le había pasado nada a ella misma ni a sus galas-. Aunque me he llevado un buen susto.
Él no pudo más que dejar escapar su risa, la reacción en los adentros de su chica distaba mucho de lo que expresaba con su cuerpo, y tampoco podía asegurar si seguía siendo retórica como tantas veces o si hablaba en serio. Esa era una de las innumerables razones de porqué la amaba.
Optaron por olvidar ese incidente, considerando que no había sucedido nada más que un susto. Al aproximarse a la entrada, Beatriz sintió que los pasos de su acompañante la guiaban concretamente a una persona próxima, al extremo derecho de la fachada, despidiéndose de otras dos más que penetraban en el interior de la universidad. Poco antes de que se encontrasen cara a cara, Mario le comentó brevemente quién era ese hombre cercano a los sesenta años, vestido con un traje de corte demasiado clásico; el bisoñé castaño claro que lucía resaltando sobre los cabellos más bien canosos, delatando su poca aceptación ante la pérdida de su cabello natural.
-Es un gusto verle, profesor Medina -saludó Mario con más afabilidad de la que parecía mostrar su actitud tan sosegada, omitiendo la efímera y suspicaz expresión de sorpresa que atisbó en el rostro del docente-. No sé si se acordará de mí, pero usted me dio clases hasta el curso pasado.
-Claro que me acuerdo -él no supo que Beatriz leyó en su mirada casi con exactitud sus pensamientos: “¿cómo olvidar un alumno que viste así?”-. Fuiste de los mejores de tu promoción.
Era evidente que esa era la segunda razón de que se acordase bien de él. “No has cambiado nada”, también pudo sacar Beatriz del profesor Medina cuando éste examinó disimulada y despectivamente a Mario de arriba abajo. A ella le daba bastante al fresco la opinión de los demás, pero en sus adentros aún quedaba cierta reminiscencia de esa indignación de sus comienzos como gótica; aún le quedaba un poco para alcanzar el grado de insensibilidad total que tenía su novio.
-Gracias por sus palabras -convino con una leve inclinación de cabeza llena de serenidad y rectitud a la altura de sus galas-. Le presento a Beatriz Pereira, mi compañera sentimental.
“Salta a la vista”, parecía decir la escrutadora mirada de Medina, pero Beatriz tendió su mano para estrecharla suavemente con la del profesor, quien fue demasiado escueto y que evidentemente la retiró con una repulsa y una celeridad que no debió mostrar bajo ningún concepto.
-¿He de suponer que usted es estudiante, señorita Pereira? -preguntó con fingido y más que falso interés para compensar su medio desaire-. Creo que la he visto alguna vez por el campus.
-Así es -contestó secante pero cortés a esa pregunta con respuesta evidente, teniendo en cuenta que Mario sólo podía asistir a priori si acompañaba a un alumno invitado. Iba a ser educada con él, aunque ahorrando al máximo sus palabras-. Acabo de empezar mi segundo año de medicina.
-Ahora que lo pienso, el profesor Nebot, íntimo amigo mío, me ha mentado algunas veces este curso pasado a una alumna suya, de las más brillantes que ha tenido en todos sus años de docencia, apellidada Pereira. Quién iba a decir que me la encontraría hoy.
-Espero no estar muy alejada de la imagen mental que habrá fraguado sobre mí -contestó sin perder un ápice de sosiego y formalidad equilibrados tan habitual en ella, sin molestarse en responderle con falsos regodeos a esos halagos tan formales como vacíos, por muy ciertos que pudiesen ser; y menos viniendo de aquel hombre. Ella no era de las que se dejan regalar el oído tan frívolamente-. Pero estoy segura de que alguien de su cátedra no juzga un libro por la cubierta.
El profesor Medina emitió un carraspeó, medio tragando saliva a su vez, ante la descarada puya de la novia de su antiguo alumno; en cambio, Mario luchaba entre el orgullo y la dúctil censura por las palabras de su amada. Los tres plantados junto a la entrada sintieron los ecos de la llegada de los más estrictos puntuales acercándose, tanto profesores como alumnos con sus respectivos acompañantes, a los que se les debía sumar las pocas voces de los demasiado adelantados ya congregados en el salón de actos.
-¿Y ya tiene usted en mente su futuro en la medicina? -preguntó con voz algo dudosa y vibrante, tratando de encauzar el diálogo a su terreno-. Con calificaciones constantes a las que me ha comentado el profesor Nebot este pasado curso, debe tener un amplio abanico de posibilidades...
-Desde luego, hace tiempo que lo tengo claro. Aspiro a ser médico forense.
Medina no sofocó una risilla, que duró poco al estudiar el semblante de Beatriz. Lo que creyó al principio como un chiste de góticos no fue más que una verdad sincera, y que por tanto había sido ofensivo por dejarse guiar por sus prejuicios. Beatriz se sintió satisfecha al ver como empezaba a asomarse pequeñas perlas de sudor debajo del peluquín del profesor de universidad, quien se había quedado sin habla y ganaba cierto color de vergüenza en su rostro.
-Interesante... -comentó sin saber muy bien que decir, mientras hacía un amago de evadirse por la tangente todo lo educadamente posible que le permitía la bochornosa escena-. Pido que me dispensen, por ahí se acerca un colega con el que tengo que comentar un asunto...
Tras despedirse, la pareja se adentró en el edificio ella aún cogida del brazo de él mientras se ponía bien el oscuro chal que se le escurría por la espalda antes de que llegase la pequeña marabunta de personas, dejando a ese hombre intentando recomponer los pedazos de su autoestima. Beatriz parecía gustosa de sus actos, Mario lo supo de buen grado al distinguir minúsculos y delatadores hoyuelos en los extremos de los proporcionados y serios labios de su novia.
-Sólo a ti se te pasaría por la cabeza hacer lo que has hecho.
-Aunque siempre me digas que la indiferencia es la mejor bofetada para los que no nos entienden, ese elemento pedía a gritos una muestra de tolerancia y respeto -su defensa parecía perfecta gracias a la objetividad y el temple de sus palabras-. ¿He de suponer que estás molesto?
-En absoluto -contestó con una leve sonrisa cargada de oculto júbilo-, de hecho ahora te amo un poco más si cabe; la verdad es que ya tocaba que le bajaran un poco los humos. En el fondo no es un mal tipo, pero nunca he oído de nadie que lo trague en realidad por gusto propio.
-Vaya, si lo sé hubiese añadido lo ridículo e inútil de la rata muerta que lleva en la cabeza.
Otra muestra de que ella podía hacerle sentir más vivo por dentro, impulsándole a arranques como el que iba a hacer, tan impropios de él en el pasado. La arrimó en esa fugaz soledad del pasillo, entre los que venían y los que ya estaban dentro, para besarla con ganas. Ella enroscó los brazos en su cuello, sin prestar tanta atención al chal que amenazaba con caerse al suelo.
-Eres única -susurró azotándole los labios con su propio hálito-. Y también la única para mí.
Aún con sus manos en el cuello, ella acarició con mimo con las yemas de sus dedos el pendiente triangular que desentonaba con esas prendas dignas de un caballero.
-Soy feliz cada vez que me aseguras que no me libraré de ti jamás -en su voz había una clara nota de ternura, e incluso de fragilidad muy humana; sólo Mario provocaba en ella esa actitud que a veces la hacía avergonzarse de sí misma-. Lo único que me frustra es no poder hacer más por ti.

-Y a veces me frustras con esa negación a los límites que tienes como ser humano -suspiró él besándole el cabello, retomando sus pasos con parsimonia y aferrándola aún contra sí mismo-. Yo soy feliz a pesar de las cosas que crees que he perdido. Y eso es porque sigo andando de tu mano.

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