viernes, 24 de febrero de 2017

Crítica personal: Little Women (Mujercitas)

Título: Little Women
Título en español: Mujercitas
Autora: Louisa May Alcott
Editado en inglés por: Varias editoriales
Editado en España por: Varias editoriales

Sinopsis:

Come laugh and cry with the March family.
Meg − the sweet-tempered one. Jo − the smart one. Beth − the shy one. Amy − the sassy one. Together they’re the March sisters. Their father is away at war and times are difficult, but the bond between the sisters is strong. Through sisterly squabbles, happy times and sad, their four lives follow different paths, and they discover that growing up is sometimes very hard to do…

Crítica personal (puede haber spoilers):

Un clásico en el que siempre quise adentrarme a raíz de las diferentes adaptaciones para la pequeña y gran pantalla con las cuales disfruté tanto a lo largo de mi vida, pero ha tenido que pasar bastante tiempo para que se terciara la ocasión (además en inglés).

La historia gira en torno al hogar de los March en Concord, Massachusetts, más concretamente en las cuatro hijas del matrimonio. El telón de fondo histórico de los acontecimientos que viven es la guerra de Secesión norteamericana, lo que acredita a nivel argumental la ausencia del cabeza de familia, Robin, al alistarse como capellán para el ejército de la Unión.
Se nos presenta cuatro hermanas realmente distintas entre sí. Margaret (Meg), de dieciséis años al comienzo de la novela; Josephine (Jo) de quince, Elizabeth (Beth) de trece y Amy de doce. Las cuatro viven con su madre, Margaret como la primogénita aunque es más conocida entre los suyos por el apelativo de Marmee, una mujer que demuestra temple, predisposición y caridad; ayudando con entrega y dentro de sus limitaciones a los más necesitados.
Se nos da a entender casi desde el inicio que los March conocieron tiempos mucho mejores que a penas recuerdan las dos hijas menores, pero las circunstancias y el abuso de terceros a la buena fe de Robin hicieron evaporar su riqueza hasta llevar a la familia, de manera inevitable, hacia una situación de pobreza de la que se mantienen más o menos a flote con gran esfuerzo.

Junto a su humilde hogar en el momento de esta novela, está la mansión de su adinerado y anciano vecino, el empresario James Laurence, adonde recién se instala el nieto de este, Theodore, de la misma edad que Jo y que siente curiosidad por la bulliciosa vida de sus vecinas desde la quietud sobria del hogar de su abuelo.

La historia de Mujercitas es un paseo por la vida de estas cuatro hermanas y de quienes las rodean, mostrando los momentos buenos y malos que afrontan mientras el padre está lejos en la lucha contra el ejército Confederado.
Cada una de estas cuatro muchachas cuenta con sus virtudes y sus defectos, como cualquier persona, y las experiencias y tribulaciones que les depara esa juventud serán pequeñas pruebas para sí mismas; y bajo el atento amparo juicioso de su madre aprenderán a pulir más aún lo mejor de ellas mismas y tratar de borrar, o al menos controlar, sus propias faltas.
Se nos presentan las complicaciones de una familia adinerada acostumbrándose aún a una vida más comedida, con privaciones que les eran desconocidas en el pasado, teniendo las dos mayores la iniciativa de trabajar para ayudar en lo posible con los gastos del hogar; Meg como institutriz para los hijos menores de un hogar próspero; y Jo acompañando y haciendo de lectora en voz alta a la tía March, una viuda adinerada tía de Robin. Sin embargo, a pesar de las complicaciones económicas y de mostrarnos que el dinero es necesario para vivir, en una época en la cual las mujeres solían considerar importante casarse con alguien rico obviando a los hombres más humildes, aquí nos enseña que hay algo más, que el poderoso caballero no garantiza la felicidad como cree la mayoría de las personas. Se acentúa la humildad y los sentimientos ante la vacuidad que suponen las banales posesiones y el afán por estas de tantas personas.

Mujercitas es una obra que trata de espolear lo mejor de las personas, de sacar esa bondad innata que posee el lector como ser humano. Esto puede apreciarse por las acciones humildes y clementes de Marmee March con sus semejantes, en como supervisa y en ocasiones asesora a sus cuatro hijas a combatir sus tentaciones, miedos y defectos para que las cosas maravillosas que pueden ofrecer al mundo reluzcan; y ante todo, que sean en el día de mañana mujeres respetadas y admiradas por todos, amables y trabajadoras, pero ante todo que sean felices en sus vidas adultas.

La relación entre las cuatro hermanas me pareció cautivadora. Todas distintas entre sí, contrastes que noté incluso más acentuados respectivamente entre las dos mayores y las dos menores; y en conjunto demuestran la intensidad y autenticidad del amor fraternal (además del familiar con su madre) mucho más allá de esa mera lealtad de la sangre por la sangre que en muchos casos ya supone una imposición absoluta. Y en buena parte, considero que Jo es el nexo más fundamental entre las cuatro por las férreas y dispares relaciones que mantiene con sus tres hermanas: Cercana con Meg por la escasa diferencia de edad que las distan, habiendo entre ambas la confidencia que puede encontrarse en dos amigas del alma; protectora y afectiva con Beth, con la cual se aprecia un vínculo especial y casi maternal; turbulenta con Amy, a quien en verdad quiere como a las otras dos pero porfiada a la hora de chinchar a la menor, con la cual mantiene un amor reñido con momentos de asperezas por el choque de sendas personalidades.

Pero a parte de la férrea relación entre las cinco mujeres March, también nos muestra con notoriedad que personas ajenas al núcleo familiar puedan llegar a formar parte del mismo y desarrollar un afecto igual auténtico y sincero, que ese tipo de amor y cariño no es exclusividad a los lazos de sangre. El mayor ejemplo de esto es el propio Theodore, a medida que se profundice más su relación en el seno de la familia vecina; demostrando que el afecto verdadero va más allá de compartir apellidos, clases sociales o posición económica.

Algo a favor de la prosa de la autora es el grado de sensibilidad que derrocha en estas líneas, lo cual no mengua la profundidad; en buena parte debido a lo visceral que es la Alcott al inspirarse en sus propias vivencias, utilizando también como escenario la ciudad donde vivió con sus tres hermanas. Muestra de ello es que la voz narradora de sus veintitrés capítulos, aunque sea la típica en tercera persona, también se ve a la propia autora inmersa en todo lo que viven y sienten las March, convergiendo la escritura de esta historia con la mirada retrospectiva de las propias experiencias que toma como base de inspiración. Puede que para algunos lectores este manuscrito peque de cursilería, pero tampoco se puede negar ese punto favorable que es la forma con la cual refleja el grado de machismo de la sociedad de entonces respecto a la actualidad, así como algunos personajes (en especial Jo) rompen alguna que otra ligadura con los estereotipos femeninos, especialmente en la literatura.

Meg es la mayor de las hermanas, una joven prudente y refinada que derrocha amabilidad y dulzura. Censura el comportamiento de Jo, recordándole a esta que ya no son niñas y que deben comportarse como las señoritas que son. Demasiado calmada y con iniciativa limitada a mi criterio, pero habrá momentos en que demostrará tener más sangre corriéndole por las venas de lo que suele demostrar. El mayor defecto personal de Meg es lo mucho que llega a considerar importante el hecho de tener dinero, pues ella es la que mejor recuerda los buenos tiempos de su familia; añorando la prosperidad, ansiando una vida ostentosa, soñando con ir a miles de fiestas con elegantes vestidos sintiéndose una princesa de cuento y sumergirse en ese mundo frívolo y brillante. Sin embargo, a base de bofetadas sin mano y realidades que contemplará con ojo más crítico, aprenderá otros valores más prioritarios. Curiosamente, es la única de las cuatro que no desarrolla una cualidad artística propiamente dicha.
Jo (un personaje que muchos momentos parece contar con un protagonismo más acentuado) es a ojos de todos una marimacho orgullosa de ello, sin que le importe lo más mínimo esa opinión incluso viniendo de su propia familia. Una muchacha enérgica, fiel a sí misma, brillante, curiosa y sincera hasta decir basta. Con afán y talento para la escritura, a lo que dedica tanto tiempo como le es posible, soñando con ser una escritora famosa y ganar mucho dinero para que su familia pueda tener una vida más cómoda y despreocupada. Es impulsiva y orgullosa en extremo, bastante negada a la hora de reflexionar, saltando a provocaciones con facilidad y su lengua suele ir más rápido que su propio raciocinio; todo esto pocas veces le sirven para bien y más para meter la pata, lo cual la llevará con frecuencia a lamentarse de su temperamento, intentando controlarlo pero sin gran éxito por más sincera que sea su intención. Sin embargo, Jo es lo bastante fuerte, noble e íntegra como para no dar su brazo a torcer a la hora de mejorar y alcanzas sus propias metas; y a pesar de que esos arranques suyos suelen traerle problemas, ese corazón arrojado y entregado también saca a lucir lo que ella es capaz de hacer, incluyendo sacrificios personales, por las personas que quiere.
Beth es calmada y abnegada, capaz de enternecer desde su sencillez tanto a los suyos como al propio lector. Ella es feliz con tan sólo estar en casa (estudiando allí y no en la escuela por su delicada salud), ayudando en las tareas domésticas, tocando el piano y cuidando tanto de sus gatitos como de sus muñecas. Lo más característico de la tercera de las hermanas es su mayor defecto: una timidez tal que incluso tiende a recelar de los desconocidos (principalmente del sexo opuesto), que la lleva a una especie de ostracismo en el que sus padres y hermanas son de las pocas excepciones. Ella está siempre por los suyos, pero en segundo plano como una sombra que tema ser una molestia o una carga para el resto; una vocecilla que pasa desapercibida bajo la fuerza de los demás, bondadosa y con mucha buena fe. Un personaje que en esta familia será quizás de los más sufridos en distintos sentidos, pero que llega a sorprender cuando de algún modo ese cascarón de apocamiento empiece a ofrecer fisuras que permitan ser más confiada y relajada, que no es necesario equiparse con tanta coraza emocional con el mundo exterior a su hogar.
Amy es la que está más cerca de la niñez de las cuatro, la que es tomada menos en serio por situarse justo en la frontera que separa la infancia y la adolescencia. Una chica con buen corazón y sin malicia, aunque contraste su aptitud más bien vanidosa y caprichosa; maravillándose en especial con lo aparentemente bello que ofrece el mundo, tratando de captar esa belleza superficial en su mayor afición que es el dibujo. Otra de sus perdiciones es lo altiva y digna que se siente, algo que empeora cuando alguien (en especial Jo) la trata con condescendencia y la ubique a parte de los considerados adultos. Al igual que sus hermanas, sus vivencias en esta novela la ayudarán a crecer, aunque su camino será el más largo de las cuatro por su juventud. Un personaje que unas veces te enternecerá por la simpleza idílica con la que cree ver la realidad y en otras exasperará por su inmadurez, pasando por la empatía por su propio sentimiento de frustración de que los demás no vean del todo lo poco que le queda a ella de infancia.
Marmee es una madre, esposa y vecina de ensueño. Cordial, amable, templada y caritativa; un ejemplo que espolea la bondad cristiana, atenta de que sus hijas no se descarríen como personas en esa juventud que puede ser determinante en sus maneras de ser, y para estos último puede ser bastante drástica dentro de su propia quietud. Sin embargo, hay algo sobre ella que pocos saben y que una vez llega a conocimiento del lector, este entenderá que no es fácil ser una mujer como es ella, y que incluso llegará a admirar más a Marmee como personaje.
Theodore (Laurie para sus amigos y cercanos, a veces Teddy de forma más íntimamente amistosa para Jo) es un joven inquieto y un tanto díscolo y obcecado, pero sin malicia. Encantador y afectivo con quienes se gana su corazón. Quiere a su abuelo, aunque tengan sus discrepancias sobre el afán de este en que se centre en sus estudios para sucederle en el futuro o su disconformidad a la pasión musical del muchacho. Su alma se vuelve famélica de ese calor familiar que observa y escucha de la casa vecina, tan llena de vida y risas que contrasta con la sobriedad y la quietud en la que vive. A medida que el evidente acercamiento con la familia March se acentúe, será uno más de ello hasta el punto de compartir con ellas risas, juegos, llantos y preocupaciones. Con Jo se aprecia de antemano los brotes de una amistad mucho más intensa, compenetrándose y entendiéndose el uno al otro pero con inevitables choques por tener ambos personalidades intensas, similares en unos aspectos pero dispares en otros; pero el lector no tardará en entrever que bajo esa amistad intensa y franca él germina un sentimiento mayor hacia la segunda de las hijas March.
Otros personajes complementan estos que se vuelven complementarios en el entramado argumental. La tía March es una anciana más bien arisca y demasiado pragmática, pero no es difícil distinguir que en el fondo quiere a la familia de su sobrino político; aunque sea a la manera de su personalidad añeja. James Laurence da el perfil superficial de anciano serio, estricto y huraño, pero las apariencias engañan en buena parte, viendo como acaba estimando el hogar de los March cuando se conozcan mejor, en especial con una de las hijas por motivos propios; y aunque adora a su nieto, es estricto mirando por su futuro y temiendo que viejas historias de la familia se repitan y que el espíritu del muchacho se vuelva demasiado libre e indómito, y la influencia de sus vecinas le ayudará a entender que es necesario aflojar un poco esa bienintencionada presión. Hannah es la criada de los March desde antes de perder su fortuna, y se mantiene fiel a ellos aunque realice sus servicios por vocación y lealtad a la relación tan confiada y familiar con ellos después de tantos años. Otro personaje a tener en cuenta es John Brooke, el tutor de Laurie, un personaje sin demasiada importancia en sus primeras apariciones pero que va ganando un peso gradual dentro de su rol secundario.

En general, la trama es dulce, con sus momentos agrios e inesperados propios de las circunstancias que supone la vida en sí. Una lectura sosegada y sencilla pero que un lector con buen ojo es capaz de entrever la profundidad que posee. Cualquiera podría identificarse en algún momento con las distintas situaciones y reflexiones que ofrece, animando a la superación tanto personal como de las tribulaciones varias que pueden ocurrir en el día a día.
Lo que quizás me desubicó un poco (y que puede que le ocurra a cualquiera que haya visto alguna de sus adaptaciones cinematográficas sin conocer a fondo la bibliografía de Alcott) fue su final. Esta novela culmina más o menos en el ecuador de lo que se ha llevado al celuloide, y la razón es que las distintas películas abarcan tanto esta historia como su continuación directa de la cual yo desconocía (Good Wives en inglés, Aquellas Mujercitas en español); y aunque esta historia acaba bien tal cual, deja bastantes cosas en el aire que puede inquietar la curiosidad del lector como para continuar con la vida de las hermanas March.
Sin embargo, una vez llegado a su desenlace, uno comprueba en su desarrollo una alegoría de lo que supone madurar para las cuatro mujercitas, incluyendo a Amy y Beth a pesar de ser más jóvenes que Meg y Jo, quienes son las más próximas a esa etapa inevitable y cada vez más cerca que es ser verdaderas mujeres.

Sobre las adaptaciones antes citadas, todas reflejan bien lo que condensa esta novela. Esta lectura me esclareció como ocurre de verdad ciertas escenas llevadas al cine de distintas maneras, además de otras que nunca se mostraron en la gran pantalla o que se vieron de manera demasiado vaga. Todas son dignas de ser visualizadas, desde la primera de 1933 hasta la más conocida y reciente de 1994 (con Katherine Hepburn y Winona Ryder encarnando a Jo respectivamente); pero mi predilección personal es la de 1949 en la que Elizabeth Taylor toma el rol de Amy.

En lo que respecta a su lectura en inglés, que este fue el caso, no supone un verdadero desafío. Quienes tengan al menos el nivel del certificado B1 podrán afrontarlo con fluidez, pero también es una buena lectura para los que no sean tan versados pero sí iniciados en el idioma; aunque la consulta al diccionario o traductor de turno puede ser inevitable tanto para unos como para otros, sobre todo por algunas expresiones y estructuras gramaticales que son menos frecuentes incluso para los hablantes nativos de hoy en día.

Conclusión: Una historia de una familia unida y buen avenida incluso en la pobreza, las limitaciones o las diferencias de caracteres de sus integrantes. Un día a día que puede ser especial si uno conecta con la visión de las hermanas March capaz de contagiar a quienes las rodean.


Mi valoración global: 4,5/5


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