lunes, 30 de enero de 2017

Crítica personal: Noir

Título: Noir
Autor: Robert Coover
Editado en España por: Galaxia Gutenberg

Sinopsis:
Phil M. Noir es el detective privado más desquiciado de New London. Con un abrigo ajado, mal afeitado y renqueante, recorre las calles más sórdidas de la ciudad tratando de elucidar los oscuros asuntos de sus clientes, como el de una viuda de riguroso luto y piernas deslumbrantes cuyo marido ha sido asesinado en un ajuste de cuentas. De bar en bar y de informador a informador Noir persigue esa confidencia que le acerque al asesino.
Pero esta particularísima novela negra lo tiene todo menos una línea recta que conduzca a desenmascarar la identidad del asesino.
Coover está considerado uno de los escritores más innovadores de la actualidad y su obra ha sido publicada en más de treinta países. Noir es su novela más reciente.

Crítica personal (puede haber spoilers):

Casi al tuntún pillé este libro en la biblioteca en su momento, improvisando la búsqueda de nuevos sabores literarios… y mi paladar lector no se sintió muy satisfecho que digamos con este.

Un detective privado que recibe el encargo de una viuda adinerada, la cual sospecha que la muerte de su marido fue un asesinato y no un suicidio como aparenta, por el evidente motivo económico con un socio. Esta es la base de partida que a priori no la haría tan diferente de cualquier otra novela negra como cualquier otra. No estoy demasiado puesto en este género, pero me ha dejado sorprendido tanto para bien como para menos bien (sobre todo, en lo segundo).
En más de un momento, debido a lo pesada e incluso confusa que me estaba resultando la trama, me tentó la idea de olvidarme de este libro; pero como no es justo prejuzgar (y mucho menos evaluar) sin desentrañar hasta el desenlace, opté al final por armarme de paciencia y acabarlo.

Ya desde el comienzo, Robert Coover nos mete en la trama con el asesinato de una mujer, precisamente la adinerada viuda que había recurrido a los servicios de Noir escaso tiempo antes. Extrañas circunstancias para este asesinato repentino y enigmático, y más extraño se vuelve el asunto cuando el detective acude a la morgue y le informan de la desaparición del cuerpo de su misteriosa clienta.
Entonces Noir se tomará el caso como algo personal, siguiendo con éste por su cuenta, además de tratar de desentrañar la misteriosa muerte de la viuda y el destino del cadáver de la misma. Aunque si la típica vida de un detective privado de novela negra suele ser algo complicada, el protagonista de ésta las pasará bastante canutas.

El autor nos narra la historia en primera persona, como si el lector fuese Noir, que se sienta en verdad dentro de la piel y el papel de éste. Es por ello que hace que este libro sea más calificado para un público masculino y maduro; y casi podría asegurar que más de una fémina que le dedique un rato de lectura a esta obra llegará a sentir ganas de estrellar el ejemplar contra la pared (a falta de tirárselo al propio autor).

El estilo de Robert Coover es bastante bueno, uno de los pocos puntos positivos para mí de esta obra, pero a pesar de ser un escritor curtido me resultó bastante pesado leer, entre otras cosas por la inexistente presencia de la división por capítulos y ese desorden demasiado desordenado de su exposición (valga la redundancia). Aunque tengo que decir a su favor, que aunque a veces me ha parecido pesada la lectura y lo he leído con cuenta gotas la mayoría de las veces, la logrado mantenerme con cierta intriga (quizás lo que más me mantuvo aferrado a seguir leyéndolo a pesar de que la tentación de abandonarlo a su suerte llamase con frecuencia a la puerta).

No son muchos los personajes que me han calado (en su mayoría, no me han llenado mucho y me han parecido planos e incluso un poco estereotipados, la verdad).
Noir no es un mal tipo, aunque sí un hombre (como la mayoría de los que salen en este libro) que se deja influenciar por el cerebro que tiene entre las piernas… algo que otorga realismo, ya que los temas sexuales y egoístas mueven mucho a las persones, en especial a los hombres (muy bien, Iago, tirando piedras a tu propio tejado por culpa de doña objetividad). Si se empeña en indagar en el destino de la misteriosa viuda no es por altruismo ni por un sentido de justicia propiamente dichos, sino más bien por algo tan íntimo como el deseo sexual y casi afectivo hacía ella. Ni siquiera llegó a verle en vida su rostro oculto tras su riguroso velo negro, pero sus piernas le bastaron para ser la mecha de su naciente interés (o más bien, obsesión) por ella incluso después de muerta. Y como detective deja bastante que desear, no es un negado absoluto, pero es alguien que no se ha curtido suficiente a pesar de tantos años en su oficio y que tropieza con las mismas piedras de manera incesante (en especial si se deja llevar por lo que le dice su miembro viril). Quizás sea más realista que otros detectives famosos, en su mayoría impecables e intachables, pero seguro que en esa ciudad existirían otros más eficientes en estos menesteres.
El resto de personajes, como digo más arriba, no les he visto demasiada chicha, salvando algunos casos; entre ellos Blanche, la secretaria de Noir, la cual me pareció de los más interesantes entre tantos más bien insípidos, a la cual tener en cuenta en la historia. Da mucho juego sus nombres, Blanca y Negro en francés, y el que se proponga a llegar hasta el final con este libro, que lo tenga en cuenta… y hasta aquí puedo leer. Si Noir no se hunde del todo en sus casos o en su desastrosa vida personal, se debe más a ella, pues la comparo como la conciencia y la sensatez que no llega a alcanzar el detective del todo por sí mismo.

Personalmente, me sentí muy desorientado con la trama en general. No está dividido en capítulos, sino todo del tirón, y con constantes avances y retrocesos en el tiempo, con todas sus escenas estratégicamente desordenadas pero que a su vez parecen ubicadas a su libre albedrío..
A medida que se llega al final del libro, cuyas últimas escenas son de las pocas que están ordenadas y en donde deben estar, se va atando cabos, pero de una manera demasiado tardía y que aún así me costaron encajarlas debido al “orden” que el autor ha utilizado para estructurar y situar cada secuencia. Su final es sorprendente e impactante, pero el mayor mérito de sendos adjetivos se debe a lo inesperado, por no decir rebuscado, del mismo. A pesar de un desenlace que podría considerarse original, peculiar y atípico, a fin de cuentas un servidor se ha quedado más bien templado, casi tirando a frío, con el mismo.

Lo que más me ha parecido palpar de esta novela negra (por llamarla de alguna forma, ya que he leído muchos comentarios en internet que discrepan a la hora de meter a Noir en dicho género) es que el autor, o al menos me da tal impresión, busca levantar de alguna forma la autoestima, la hombría y la virilidad (y cierta parte de la anatomía masculina) a sus lectores (que desde luego, ya dije que parece más bien enfocada a un público masculino). Una historia que, a pesar de todo, tiene bastante realismo por mucho que queramos evadir de nuestras mentes cosas desagradables (e incluso repulsivas y denigrantes) que a fin de cuentas podrían pasar en el día a día. Una trama con el sabor del whisky más añejo que puedas echarte al buche, en la piel de un detective un tanto patán, desastroso y desaliñado, pero que no es un negado total en su oficio a pesar de los bandazos que se da de principio a fin para cumplirlo con éxito.

Conclusión: Seguro que habrá gente que le guste y fascine esta obra, siempre defiendo que el libro del gusto está en blanco y hay cabida para todo; pero yo no me incluiré entre ellos (me ha gustado algunos matices, pero no el lienzo entero como conjunto). Ha sido interesante probar un género hasta entonces desconocido para mí, y ahora sé que de adentrarme más en él tengo la certeza de que me harán disfrutar más que Noir.


Mi valoración global: 2/5


sábado, 21 de enero de 2017

Crítica personal: Personas Como Yo

Título: Personas como yo
Título original: In One Person
Autor: John Irving
Editado en España por: Tusquets Editores

Sinopsis (spoiler en la última frase):

Tanto en el pequeño teatro de aficionados de la localidad de First Sister como en el Club de Teatro del colegio, al adolescente Billy Dean suelen caerle en suerte papeles complejos y ambiguos, aunque sin duda no tan comprometidos como los que deberá interpretar en la vida. A los trece años, conoce a Richard Abbott, su futuro padrastro y figura clave en su educación sentimental, quien a su vez le presentará a la señora Frost, la maravillosa bibliotecaria del pueblo. A medida que avanzan los cursos escolares y se va forjando como escritor, el joven Billy se embarcará en la búsqueda de su identidad sexual, al tiempo que ve crecer en su interior la necesidad de conocer a su verdadero padre, ese eterno ausente del que nadie habla. Tardará toda una vida en dar con él, y será muy lejos de allí, en Madrid.

Crítica personal (puede haber spoilers):

Personas como yo nos adentra en el amplio recorrido de la vida de Billy Dean, un escritor ya en la vejez en el momento presente de la novela. Él desgranará su vida desde su infancia en los años cincuenta, haciendo un repaso de todas esas experiencias que le han hecho ser como es. Y de algún modo, ya sea en un sentido como en otro, la sexualidad ha formado parte de ese desarrollo y recorrido personal.

Vemos como transcurre gran parte de su vida, sobre todo durante sus primeros años, en su pueblo natal First Sister, en el estado de Vermont. Su presencia desde su más tierna infancia a los ensayos y las representaciones del grupo teatral aficionado de su comunidad donde buena parte de su familia formaba parte: su madre la apuntadora; su tía y abuelo sobre el escenario (este último, siempre interpretando papeles femeninos), y mas tarde su joven y carismático padrastro. Sus años en la academia masculina colindante al pueblo, Favourite River, donde su vida estudiantil y familiar transcurre entre la consciencia de sus cuestiones personales sobre su sexualidad y el tenso sentimiento ambiguo de enemistad-atracción que siente por Jacques Kittredge, un compañero miembro del equipo de lucha de la academia que suele dedicarle mofas. Sus estancias en otros lugares de Estados Unidos e incluso de Europa, tanto por sus estudios superiores como por su alcanzada meta de infancia de convertirse en escritor profesional, momentos de suponen su liberación de varias piedras atadas a su cuello que acaban suponiendo para él la vida en First Sister.
Y entre tanto, distintos amores tanto correspondidos como si no llegan y van en sus diferentes edades, volcando sus sentimientos y sus deseos sin importar la edad o lo que tengan entre sus piernas esas personas; sin importar su identidad y orientación sexual.
A través de las vivencias y los ojos de Billy, rememorando cada recuerdo paralelamente entre su visión retrospectiva junto a la percepción crítica de quien es en el presente, reflejará lo bueno y lo difícil de su vida, de su familia, de su juventud y su madurez, de sus propios sueños y metas, de su sexualidad, de sus amores y sus desamores, de secretos y revelaciones de quienes le rodean. Y todo esto sumado a la figura inexistente y casi etérea de un padre que nunca conoció y que lo escaso que sabe de este es por boca de su familia materna.

En Personas como yo se trata mucho las mareas emocionales de su protagonista a medida que se encuentra a sí mismo en muchos sentidos, incluyéndose el terreno sexual; siendo toda una biografía de Billy Dean donde desnuda su alma y refleja su desarrollo personal.
A parte de quienes mantuvieron relación de pareja con él, vemos también sus encaprichamientos complicados e imposibles; como con su padrastro Richard, su compañero de academia Kittredge o la madre de su amiga Elaine. Pero para él no habrá mayor capricho que le desborde de sentimientos desde el primer momento que la señorita Frost.

Siendo una novela de temática claramente LGTB, se desgrana menesteres y tribulaciones implícitos en el colectivo, incluyendo su propia cultura, acentuándose la complejidad de sus vidas; sobre todo cuando más atrás se remonte en el tiempo en la vida de Billy. Vemos en su protagonista los entresijos del sexo y la forma de moverse en el mismo; el afrontar las orientaciones “no tradicionales” en aquellas épocas menos flexibles y tolerantes; el desprecio hacia todos ellos, que incluso parece más marcado en el caso de bisexuales, transexuales y transformistas; la presión (en gran medida absurda y exagerada) que ejerce en Favourite River algunos profesores en pos de prevenir toda posible tendencia sexual “antinatura” entre los alumnos por lo que supone un ambiente escolar exclusivamente masculino en una edad en que las hormonas se revolucionan; el daño emocional que puede producirse, tanto intencionadamente como sin conocimiento de ello, en algunas personas debido a pertenecer a una minoría sexual poco reconocida y respetada décadas atrás; los estragos tanto físicos como sociales del sida, por igual entre quienes lo sufren en sus carnes y en los que no lo han contraído, cuando esta enfermedad se convierte en una pandemia entre los homosexuales; o las pantomimas y secretos que algunos deciden llevar para no mostrar su propias verdades por miedo o negación. En muchos casos, se muestra el lado más difícil e incómodo de ver de la comunidad LGTB, más que el desinhibido y vivaz, como si el autor tratara de crear concienciación de esas realidades aunque sean doloras de reconocer.
Y algo que sin duda se puede sacar al respecto en Personas como yo es que da igual si un individuo es gay, lesbiana, bisexual, transexual… o heterosexual; porque esas preferencias son nada más que una parte irrisoria de cada uno de nosotros, y todos poseemos un universo personal muy amplio y único distinto al del resto si quitamos lo que nos guste llevarnos a la cama. Y aquí nos damos cuenta que no podemos generalizar ni poner etiquetas a una persona únicamente por la atracción afectiva y sexual que manifieste por unos y/o por otros, y mucho menos sin conocer a la persona en sí.

Dos puntos a tener también en cuenta, en lo que concierne al protagonista, son su sueño de ser novelista y saber más sobre su padre biológico. Lo primero, aunque presente como meta personal en su juventud y una realidad presente en su edad adulta, no es algo que se ahonde de manera significativa en comparación a otros asuntos más desgranados en la novela, siendo más bien un recurso y un parapeto para la trama. Con respecto al tema de su progenitor, es algo que deja caer al comienzo con indicios entre líneas no tan fáciles de leer, pero que a medida que el tiempo y las vivencias avanzan, irá resurgiendo esa inquietud de Billy, en especial cuando se entrevea secretos por destripar que ni las personas ni los años pueden enterrar para siempre.

A lo largo de la novela hay diferentes referencias narrativas, muchas buscadas por Billy en la biblioteca, aconsejado y guiado por su amada señorita Frost, centrándose mucho en historias sobre encaprichamientos prohibidos, complicados e incluso peligrosos. Algunos ejemplos son Madame Bovary de Gustave Flaubert, Grandes Esperanzas de Charles Dickens, o la obra teatral Verano y Humo de Tennessee Williams. Y con estas referencias metidas en medio de estas páginas, el autor logra captar atención potencial hacia estas obras a quienes no las conozcan.

Sus catorce capítulos muy generosamente extensos están narrados en primera persona, en la voz del propio Billy, compartiendo todas sus experiencias con clara y detallada naturalidad, sin andarse con medias tintas ni tapujos a la hora de exponer todo lo que considera importante de su vida, incluyendo los asuntos de índole sexual, pero sin caer estrepitosamente en la vulgaridad aunque sí pueda resultar un tanto explícito.
El estilo de John Irving me pareció bien balanceado, entre los pros y los contras que he encontrado en esta lectura. Aquí ha concebido una historia intensa, detallada, directa, sentida y visceral, fácil de seguir a pesar de la dimensión que abarca la vida de su protagonista tanto en experiencias como en tiempo amasados; sin embargo, por el calibre de páginas que la componen y por su propio estilo, esta la hace una lectura algo lenta y pesada en ciertos momentos, aunque en buena parte de la trama se vuelva mucho más dinámica y atractiva, y en general la convierte en una lectura que llevar a cabo con calma e incluso paciencia para poder disfrutarla por entero.
Uno de los puntos a favor del autor es su minuciosa exposición de la homosexualidad, de las alegrías y sobre todo las penas, de la realidad en torno al colectivo LGTB desde los años cincuenta hasta nuestros años más próximos. Aunque logra arrastrar bien al lector a la mentalidad y las emociones que implicaría haber vivido en esas distintas décadas, con lo relacionado a este tema logra llegar hasta el tuétano del mismo a través de su protagonista y las personas que forman hebras en el telar de su propia historia.

Billy cuenta con un amplio trasfondo a sus espaldas; a lo que se suma marcas propias como su costumbre incurable a las repeticiones, así como sus dificultades a la hora de pronunciar ciertas palabras más por cuestiones emocionales y psicológicas que meramente fisiológico. Se ve la curiosidad, tanto sexual como en lo que se refiere a la vida en sí y las personas que le rodean, desde esa edad que se es mayor para ser un niño pero joven para que le consideren un hombre. Comparte sus dudas, inquietudes y descubrimientos durante su adolescencia en Favourite River. Mostrará sus momentos de valor y a veces de cobardía; su entrega a su sueño de ser escritor de profesión, derramando buena parte de sus creencias y sentimientos referentes a las “tendencias sexuales no convencionales” en sus manuscritos. Algo que llega a frustrarle en alguna ocasión es su versatilidad con las personas tanto para las relaciones sexuales como de pareja, sin distinción entre hombres, mujeres y transexuales femeninos en ambos terrenos; pero esa bisexualidad en la que se va reafirmando con el tiempo es objeto de suspicacia para muchos. Un personaje que abre su alma y desnuda sus intimidades al lector sin pudor ni lamentaciones, con todo lo que implica ser como es; compartiendo también la importancia (ya sea positiva o negativamente) de cada persona que haya desfilado en vida que haya contribuido a ser como es, mostrando el afecto y el desprecio a veces inseparables hacia ellos según cada momento como las dos caras inseparables de una moneda.
Un muy dilatado elenco es el que rodea al protagonista, conformando un completo y complejo mosaico que sería imposible de englobar en esta reseña como se merecen.
Una parte muy importante es su familia. Tanto su abuela Victoria como su tía Muriel son mujeres de echar de comer a parte, sumamente altivas, propensas a censurar y criticar lo que no les agrada en los demás y que tienen a sus maridos bastante acogotados aunque no siempre; y en lo que respecta los Comediantes de First Sister, la una no es partidaria aunque resignada a los papeles que adopta su marido con afán, y la otra es avariciosa de protagonismo en lo posible sobre el escenario. El abuelo Harry es un personaje que me llegó al corazón, alguien que demuestra preocupación y afecto por su nieto, el cual con el tiempo desgrana lo que implicaba el transformismo de este hombre sobre un escenario más allá de las diferentes reacciones del público (desde la diversión a la repulsa). Por parte de Mary, la madre de Billy, me pareció alguien mutable; al principio no tan parecida a su madre y su hermana, encantada con su segundo matrimonio con Richard, una madre que siempre había adorado a su único hijo, pero que a medida que este crecía su personalidad cambia de manera inexplicable para él, pero con más significado de lo que hubiera entrevisto. Bob, el marido de Muriel, se hace querer y siempre regala todo su sincero afecto a su sobrino político; aunque su único defecto motivo de crítica para muchos es su excesivo consumo de alcohol, pero eso no mancha la buena madera que es él. Gerry, la prima de Billy, es un personaje de presencia sutil, pero que dentro de esa limitación va ganando participación a medida que transcurre la historia; con una relación tensa con sus padres y un carácter fuerte y chabacano que la hace indiferente a lo que piensen los demás sobre ella misma. Richard Abbot, el joven padrastro de Billy, es alguien cuya personalidad lo hace ganador de la simpatía de los demás; y aunque habrá momentos en que decepcione a su hijastro, desde el principio se gana su cariño como si fuera su padre biológico.
Dentro de Favourite River, está el matrimonio Hadley, aunque con un mayor peso en Martha, la esposa, y la hija del matrimonio, Elaine, siendo el cabeza de familia una figura con un pie metido en la irrelevancia. Martha será alguien que apoyará a Billy en algún momento, siendo confidente en parte de su adolescencia; mientras que Elaine será todo un referente de amistad leal, aunque ella no se librará de sus propios episodios dignos de encerrar con llave en lo más profundo de su memoria y su corazón, tan agónicos para ella que se vuelven complicados de compartir a fondo incluso con alguien tan importante para ella como es Billy. Entre sus compañeros se desgrana más, dentro de sus papeles secundarios, algunos miembros del equipo de lucha (que en general sorprenderán a pesar de ser pinceladas sutiles en la trama), destacando entre ellos su capitán: Kittredge; este joven con el guapo tan subido, creyéndose mejor que nadie y con poca amabilidad hacia los demás, sobre todo contra sus principales objetos de burla que son Billy y Elaine, tiene facilidad de ganarse el desprecio del lector pero que a su vez llega a sorprender de manera impactante cuando la novela se encuentre en un punto bastante avanzado. Otro estudiante a tener un poco en cuenta que entrelaza parte de su vida con Billy, con el que además comparte problemas de dicción, es Tom Atkins, un joven más bien insulso de mente y voluntad débiles e inseguras, el tipo de persona que suele despertar lástima en la mayoría y que suele considerarse alguien destinado a ser un pringado en esta vida de la cuna a la sepultura.
Muchas personas formarán parte de la vida de Billy en su edad adulta, tanto en el amor como en la amistad. Hombres, mujeres y transexuales de todo tipo y condición, algunos más trascendentes que otros. Sin embargo, la señorita Frost será la pieza maestra de todas en el desarrollo del protagonista. La bibliotecaria derrocha fuerza en su personalidad imperturbable, con un halo enigmático rodeándola que encandila a Billy tanto como ese cuerpo su, con sus manos grandes y sus pechos minúsculos a pesar de su edad. Detrás esta mujer hay detalles que darán que pensar, además de ser un personaje impactante en varios acontecimientos de la trama, y que sin duda influirá en el protagonista y dejará una impronta lo suficientemente honda para que siga recordándola de manera tan especial incluso en la vejez.
También está el padre de Billy, conocido por algunos como “el chico de los códigos”, un tema que es más mencionado al principio de la novela, sobre todo en la infancia del protagonista, para luego caer un poco en el olvido hasta que resurja en la memoria y la curiosidad de Billy con el paso de los años, a medida que descubra cosas que estaban cubiertas sobre esa figura enigmática para él.

Como antes mencioné, la trama es intensa, detallada, atractiva, sorprendente e incluso reveladora; y precisamente, junto a la profundidad de sus personajes, esos son sus puntos fuertes capaces de despertar curiosidad al lector, al ofrecer la vida entera de su protagonista/narrador a tantos niveles: su vida familiar, su adolescencia en la academia, la búsqueda de su propia persona y de su sexualidad, sus altibajos amorosos y personales, las verdades que van saliendo a la luz poco a poco de quienes han formado parte de su existencia; sus alegrías y arrojos, sus miedos y cobardías, sus aspiraciones y las maneras con las que ha salido adelante con todas las piedras que pasan por el camino de su vida (entre ellas, como es obvio, la homofobia); en definitiva, Billy Dean tal cual. Y todo lo bueno que ofrece esta novela hace que compense e incluso mitigues los contras que me ofreció, tales como la amplia dimensión que tiene que la convirtió en una lectura que necesité afrontar con bastante sosiego para cosechar el disfrute que encontré en sus páginas.
El final realmente me agradó, capaz de ofrecer incluso nuevos personajes y revelaciones que tengan su pequeña voz y voto por igual en la trama y en el alma de ese Billy en el último tercio de su vida. Y en sus últimas páginas dejará claro su protagonista cuánto ha influido en él todo lo que ha vivido y todas las personas que ha conocido; en especial su señorita Frost.

Conclusión: La biografía profunda y visceral de un hombre corriente en la que este desgrana, analiza y comparte todo lo que ha vivido y sentido. Un larguísimo y a veces empinado recorrido en muchos sentidos, incluido el sexual, que un lector con buena paciencia y nulo escepticismo será capaz de entender y sentir lo que Billy Dean Abbot es capaz de enseñar y enriquecer, tanto de sí mismo como de las personas en general, a lo largo de más de cincuenta años de su vida que recoge esta novela.


Mi valoración global: 4,5/5


martes, 17 de enero de 2017

Crítica personal: El Corredor del Laberinto

Título: El Corredor del Laberinto
Título original: The Maze Runner
Autor: James Dashner
Editado en España por: Nocturna Ediciones

Sinopsis:

Memoriza. Corre. Sobrevive.
«Bienvenido al Claro. Verás que una vez a la semana, siempre el mismo días y a la misma hora, nos llegan víveres. Una vez al mes, siempre el mismo día y a la misma hora, aparece un nuevo chico como tú. Siempre un chico. Como ves, este lugar está cercado por muros de piedra… Has de saber que estos muros se abren cada mañana y se cierran por la noche, siempre a la hora exacta. Al otro lado se encuentra el laberinto. De noche, las puertas se cierran… y, si quieres sobrevivir, no debes estar allí para entonces».
Todo sigue un order… y, sin embargo, al día siguiente suena una alarma. Significa que ha llegado alguien más. Para asombro de todos, es una chica.
Su llegada vendrá acompañada de un mensaje que cambiará las reglas del juego.

Crítica personal (puede haber spoilers):

El comienzo de una distopía que tampoco me ha dejado indiferente.
Thomas es un muchacho que es inexplicablemente enviado a un lugar donde hay otros muchachos como él. Sus recuerdos están cubiertos por una amnesia selectiva que le permite saber datos esenciales de sí mismo como su nombre, su edad y todo el conocimiento previo de sus experiencias vitales cotidianas, pero sin el menor recuerdo de la gente de su pasado o de la práctica totalidad de su propia vida; y este mismo mal lo acarrean todos los chicos del Claro.
Sintiéndose desorientado a más no poder, debe adaptarse a la vida de esos desconocidos y sus normas, en ese lugar tan lleno de misterios que despierta su inquietante curiosidad. Un claro donde deben valerse por ellos mismos, justo en medio de un laberinto en constante cambio cuyas entradas se cierran al ocaso y se reabren al alba. El laberinto está infestado de unas criaturas extrañas y atroces conocidas como laceradores, a penas activas durante el día a diferencia de cuando se pone el sol, y que sin duda acabarían con todos los clarianos si no contaran con la salvaguarda de las puertas que se cierran cada noche; y durante el día, unos pocos elegidos como corredores tienen el cometido de adentrarse en sus muros y recolectar información del interior de los mismos para encontrar la salida para los habitantes del Claro. Y a pesar de conocer la existencia de los laceradores y lo arduo que supone estar en el laberinto, Thomas siente desde el primer momento el impulso y la necesidad inexplicables de ser un corredor.
Pero no tendrá mucho tiempo para asimilar la vida en el Claro como tuvieron sus veteranos, porque veinticuatro horas más tarde ocurren dos hechos sin precedentes: un nuevo clariano antes de lo previsto y que este sea el primero de sexo femenino. Thomas sentirá un extraño pálpito por esa chica, la cual llega con el anuncio de cambios en el Claro, un advenimiento de que no les queda mucho tiempo.

El Corredor del Laberinto es una novela que supone un enigma tras de otro, con la incertidumbre mascándose en casi cada pasar de página. A priori, la presencia de esos muchachos en el Claro, sus necesidades diarias y todo lo relacionado con el laberinto que los rodea; sumada la presencia perniciosa de unos extraños entes junto al aparente factor de terceras personas supervisando a los clarianos; dan a entender que todo aquello es una especie de experimento. Esto dará al lector cuestiones sobre quiénes y por qué están utilizando a esos jóvenes hasta semejante extremo macabro y peligroso; y a través de Thomas deberá desgranar poco a poco los primeros velos que ofuscan verdades y crueldades.
Los clarianos deben desenredar la salida oculta en el laberinto, y los corredores tienen ese peso sobre los hombros; pero también se aprecia lo mucho que personas tan jóvenes deban valerse por sí mismo como microsociedad, dedicándose a diversas tareas como la ganadería, la matanza del mismo, la agricultura, la medicina, la gastronomía e incluso la ingeniería. Y a pesar de la modesta ayuda en provisiones que reciben quienes les observan, ellos demuestran que han sabido tirar más o menos adelante por sí mismos durante el largo tiempo que los primeros jóvenes llegaron allí.
Sin embargo, en particular por la situación que les toca vivir, o más bien sobrevivir, deberán ceñirse a reglas que ellos mismos establecen cuyo cumplimiento no está exento de severidad, aunque ello implique una cruda impiedad que en general no compartan pero que consideren necesaria para garantizar en la medida de lo posible la supervivencia tanto individual como colectiva en ese laberinto.

Los espacios plagados de brumas densas en las mentes de todos ellos será algo con presencia habitual en la trama; otro enigma ante los desconocidos motivos de que de algún modo los clarianos llegan allí sin a penas recuerdos en su memoria más que sus propios nombres, sobre quiénes, cómo y por qué les hace eso. Y esto estará especialmente marcado en Thomas, quien no dejará pasar tan por alto ese tema como hacen sus compañeros; con la inquieta obsesión de que esa memoria aletargada le intenta explicar muchas cosas, como su afán por ser corredor a pesar de todo o que de manera inexplicable siente cierta familiaridad con el Claro.
Entre líneas, respecto a este mismo tema, se atisba ese dilema tan humano entre descubrir la verdad a toda costa por más que duela y el permanecer en la ignorancia para evitar ese riesgo. Y de igual modo, también refleja las dudas muchas veces incontrolables que uno puede despertar, no sólo hacia los demás, sino también sobre uno mismo, lo que convierte en algunos momentos el concepto de confianza (una base importante en el Claro por la necesidad de los unos hacia los otros) en una línea un tanto discontinua; muestra de ello el recelo que despertará Thomas en algunos de los clarianos por el hecho de que al poco de su incorporación empiecen a desencadenarse cambios drásticos en la rutina del lugar, empezando por la llegada del primer clariano femenino.

A medida que avanza la trama (y recordemos que se trata de una distopía y todo lo que esto implica) los peligros, los temores, la adversidad y la calamidad mortales se acentúan, de un modo que hasta resulta casi preparado de antemano, como si se esperasen ciertas reacciones o resoluciones dentro del laberinto por parte de esos jóvenes que en buena parte son tratados como ratas de laboratorio.
Y como suele ocurrir en este género, los toques de ciencia ficción están presentes con ese laberinto tan complejo de considerable proporción; los laceradores, entes mecánicos y bulbosos con apéndices concebidos para ser letales; o las cuchillas escarabajo, escurridizos insectos robóticos que pululan el Claro y el laberinto como inocuos e inquietantes observadores. Además, sutiles pinceladas de elementos extrasensoriales están presentes en las páginas de El Corredor del Laberinto.

Aunque los sesenta y un capítulos (cada uno de extensión modesta pero bien aprovechados) están narrados en tercera persona, la exposición está tan limitada como la primera persona al centrarse por entero en Thomas, sin presenciarse más acontecimientos y desgranando más emociones que lo que el protagonista experimenta.
El estilo de James Dashner me agradó con esa sencillez resoluta a la hora de desarrollar esta trama, de convertir al lector en una segunda piel de Thomas para adentrarse por lo que él pasa y acariciar el abanico de emociones al que se expone en ese lugar tan complicado. Uno de los puntos fuertes de El Corredor del Laberinto es el grado de angustiosa inseguridad palpable incluso en la minuciosa ambientación que sotierra ese entramado argumental encuadrado con pericia. Algo que también me agradó fue su modo de estirar la tensión de ciertos momentos adversos y fatales capaz de espolear más la lectura.
Algo que el autor convierte en una de las marcas personales de la trilogía son los diversos insultos, exabruptos y vulgarismos inventados por los propios clarianos, en muchos casos tomando parte y parte de otros de los que conocemos.

Thomas me resultó uno de esos protagonistas que agradan y despiertan empatía, pero que no logran destacar desmedido. Cumple bien su cometido como piedra angular, sobre todo a la hora de la verdad y cuando arrastra al lector a sus propias inquietudes sobre el extraño lugar al que llega y todo lo que experimenta allí; a la frustración que se aviva por esos espacios en blanco en su memoria; al ímpetu desconocido que le empuja en varios momentos, como el querer ser un corredor sin interés en dedicarse a otras funciones de los clarianos. Aunque no suele abrirse demasiado como persona, sí que saber valorar lo que amasa en sus relaciones con quienes se acercan más a él, así como demostrar un alto grado de moral que hace ganarle puntos como personaje, sobre todo cuando realiza verdaderos arrojos insensatos pensando más en otros que en sí mismo.
No son demasiados los clarianos que se mencionan detalladamente,  ni los que interactúan de manera tan crucial y directa tanto en la trama en sí como con Thomas, aunque demuestran equilibrio de relevancia y participación.
Uno muy a tener en cuenta es Chuck, uno de los más jóvenes que se pegará mucho a Thomas, el cual ve un incordio inicialmente pero que poco a poco acabará encariñándose. Un chiquillo sin malicia, aunque actos y comentarios suyos a veces puedan parecer lo contrario debido a esa carencia; y aunque suele mostrarse animoso y despreocupado, es muy consciente de sus miedos e inquietudes, especialmente cuando las cosas empiezan a pintar mal. En muchos aspectos, Chuck es un personaje que conmueve al lector tanto como llegará al corazón del mismo Thomas.
Alby es el que mayor peso jerárquico demuestra tener en el Claro, y ello conlleva a ser el más juicioso y maduro en todos los aspectos aunque tal tipo de presión puede minarle ante la responsabilidad que supone velar a los clarianos en ese laberinto y saber amoldarse a las decisiones más acertadas, aunque estas a veces no puedan contentar a todos. Casi desde el comienzo mantiene una postura más bien neutral con Thomas, pero que será innegable lo que sus líneas puedan conectarse entre sí en medio de los acontecimientos que son arrastrados los clarianos.
Newt es otro con su peso en esa microsociedad, con un vínculo cercano con Alby y que poco a poco regalará su simpatía un tanto confidente hacia Thomas, a quien no tardará en llamarle Tommy. No llegué a coger demasiada simpatía por este personaje en sus primeras escenas, pero a medida que transcurre su participación va ganando puntos en este sentido.
Minho se convirtió en mi favorito de la saga casi sin darme cuenta. Un corredor de rasgos asiáticos cuya personalidad es un torbellino: impulsivo, testarudo, amigo de las bromas y las puyas, con un déficit de temple cuando las situaciones se complican o cuando es objeto de provocaciones; pero todo esto no resta su valía, su determinación y su lealtad. Un personaje que a zancadas  va ganando peso por igual en la trama y en su trato con Thomas.
Gally, el guardián de los constructores, da su parte de juego en la novela, con una enemistad y un recelo acentuados hacia Thomas desde el minuto cero. Un tipo con personalidad complicada e incluso desagradable que es tolerado por el resto a base de paciencia y necesidad. Sin duda, no se puede perder demasiado de vista a este personaje.
Un clariano del que se lee bastante en este primer libro, aunque no tenga una participación muy directa, es Fritanga, guardián de los cocineros. Principalmente por la referencia a sus comidas, que son objeto constante de mofas por parte de sus compañeros aunque estos las ingieran con gusto.
Sobre la chica que llega como un aviso de cambios en el Claro, me pareció un personaje con potencial base que, aunque resultó de mi agrado hasta cierto punto y cumple acertadamente su propósito en el argumento, sentí que algo no me convencía del todo. Ella me resultó uno de esos casos que acarrean promesas de mayor juego en la trama de cara a los tomos posteriores, que muchas veces logran desplegar sus alas con soberbia pero en otras se quedan en vuelos torpes a ras del suelo.

La trama desde el inicio hasta su ocaso gana puntos con buen balance de sencillez y profundidad. Imprevisible aunque hay momentos que el no saber por donde pueden ir los tiros resulte confuso a corto plazo pero que ganan algo más de coherencia en la recta final. Un comienzo que avanza de manera introductoria pero sin caer excesivamente en detalles para que el dinamismo guíe los acontecimientos que se desarrollan en el Claro. Y durante su desarrollo, sorprenderá cuando muchas cosas no son lo que parecen a simple vista.
Su final es un tanto tranquilizador, pero no falto de pérdidas y amarguras demoledoras; demostrando que sin esfuerzo y, sobre todo, sacrificios, la meta no se acercará así sin más. Y su escueto epílogo de cara a Las Pruebas logra desarmar al lector y picarle a la lectura de su continuación si ha logrado conectar lo suficiente con la angosta vida de los clarianos dentro del laberinto.

Un buen atractivo de esta novela es su portada, mostrando las puertas del laberinto abriéndose al lector como preguntándole si está dispuesto a afrontar todo lo que esto conlleva.

Conclusión: El enigma de que un grupo de adolescentes acaben en medio de un laberinto, obligados a solucionar el enigma que este supone y subsistir con lo poco que tienen, encarando dificultades de todo tipo como si se esperase algo de cada una de sus acciones, será sólo el principio a conocer de lo que tienen deparado para Thomas y sus compañeros. Una distopía inquietante llena de misterios y peligros que darán bastante que pensar, aunque todo parezca puramente ilógico y despiadado dentro de esos muros.


Mi valoración global: 4/5

viernes, 13 de enero de 2017

Vendaval 1.1.5

El campus universitario era un sitio peculiar, al menos a ojos de Mario. Todo un collage arquitectónico si se apreciaba el conjunto global actual de la construcción. La fachada principal, adonde ellos se dirigían, era de las pocas estructuras originales que perduraban tal y como se edificaron a principios del siglo XX, salvando pertinentes y ocasionales restauraciones; pero si uno se paraba a analizar a fondo el conjunto, apreciaría su ampliación a lo largo de las décadas por la evolución gradual de las tendencias arquitectónicas, hasta llegar a los edificios más vanguardistas donde predominaban el vidrio, construidos pocos años atrás.
Echando un ojo a su reloj de bolsillo, comprobó que llegaron en un momento bastante idóneo, ni a la hora exacta ni demasiado pronto, al ver que no eran los únicos en congregarse allí, y seguramente ya habrían entrado unos tantos más en el edificio.
Incluso desde el pie de las escaleras que daban a la entrada principal se podía distinguir que ese lugar estaba más destinado a un festejo que al estudio en ese día que podía considerarse especial; ya que el centro cumplía su primer centenario. La directiva quiso preparar algo no demasiado formal para que pudiesen disfrutarlo tanto el profesorado como el alumnado; aunque tomaron medidas un tanto selectivas a la hora de las invitaciones, como por ejemplo excluir a los que ese año empezaban sus estudios, salvo si asistían como acompañantes de alumnos superiores.
-¿Seguro que no te incomoda que sea yo la que te invite a una fiesta esta vez?
-Muy seguro. Aunque defiendo mucho la costumbre de que el hombre debe ser un caballero con las damas, sabes que estoy también a favor de la igualdad.
-Sí, lo sé. Pero no te voy a negar que me guste más cuando me agasajas.
-Mejor que no se enteren tus compañeros de facultad que soy tu talón de Aquiles -comentó Mario con una cómplice sonrisa torcida-, o perderás tu reputación.
-¿Cuál de ellas? Tengo unas cuantas, que van desde “la mujer de negro” a “la necrófaga”.
Mario no pudo responder a ese comentario cargado de mustia retórica, al captar de soslayo una moto de intenso color azul dirigiéndose hacia ellos a una velocidad peligrosa e inadmisible en ese tipo de vía. Aunque el conductor tuvo pericia a la hora de virar para eludirles por el canto de un céntimo, él redujo ese margen de riesgo apartándose a la par que tiraba hacía sí a su novia.
-¿Pero qué prisas tendrá? -elucubró recobrando el hálito, más perplejo que enojado. Ni siquiera pudo ver la matrícula cuando sus ojos se orientaron hacia el vehículo a la fuga al bordear la fachada. Pero esa fue una preocupación menor, consideró tras apartar un poco a Beatriz para contemplarla-. ¿Te encuentras bien?
-Sí, ni un rasguño -confirmó con pasividad y seriedad, comprobando que no le había pasado nada a ella misma ni a sus galas-. Aunque me he llevado un buen susto.
Él no pudo más que dejar escapar su risa, la reacción en los adentros de su chica distaba mucho de lo que expresaba con su cuerpo, y tampoco podía asegurar si seguía siendo retórica como tantas veces o si hablaba en serio. Esa era una de las innumerables razones de porqué la amaba.
Optaron por olvidar ese incidente, considerando que no había sucedido nada más que un susto. Al aproximarse a la entrada, Beatriz sintió que los pasos de su acompañante la guiaban concretamente a una persona próxima, al extremo derecho de la fachada, despidiéndose de otras dos más que penetraban en el interior de la universidad. Poco antes de que se encontrasen cara a cara, Mario le comentó brevemente quién era ese hombre cercano a los sesenta años, vestido con un traje de corte demasiado clásico; el bisoñé castaño claro que lucía resaltando sobre los cabellos más bien canosos, delatando su poca aceptación ante la pérdida de su cabello natural.
-Es un gusto verle, profesor Medina -saludó Mario con más afabilidad de la que parecía mostrar su actitud tan sosegada, omitiendo la efímera y suspicaz expresión de sorpresa que atisbó en el rostro del docente-. No sé si se acordará de mí, pero usted me dio clases hasta el curso pasado.
-Claro que me acuerdo -él no supo que Beatriz leyó en su mirada casi con exactitud sus pensamientos: “¿cómo olvidar un alumno que viste así?”-. Fuiste de los mejores de tu promoción.
Era evidente que esa era la segunda razón de que se acordase bien de él. “No has cambiado nada”, también pudo sacar Beatriz del profesor Medina cuando éste examinó disimulada y despectivamente a Mario de arriba abajo. A ella le daba bastante al fresco la opinión de los demás, pero en sus adentros aún quedaba cierta reminiscencia de esa indignación de sus comienzos como gótica; aún le quedaba un poco para alcanzar el grado de insensibilidad total que tenía su novio.
-Gracias por sus palabras -convino con una leve inclinación de cabeza llena de serenidad y rectitud a la altura de sus galas-. Le presento a Beatriz Pereira, mi compañera sentimental.
“Salta a la vista”, parecía decir la escrutadora mirada de Medina, pero Beatriz tendió su mano para estrecharla suavemente con la del profesor, quien fue demasiado escueto y que evidentemente la retiró con una repulsa y una celeridad que no debió mostrar bajo ningún concepto.
-¿He de suponer que usted es estudiante, señorita Pereira? -preguntó con fingido y más que falso interés para compensar su medio desaire-. Creo que la he visto alguna vez por el campus.
-Así es -contestó secante pero cortés a esa pregunta con respuesta evidente, teniendo en cuenta que Mario sólo podía asistir a priori si acompañaba a un alumno invitado. Iba a ser educada con él, aunque ahorrando al máximo sus palabras-. Acabo de empezar mi segundo año de medicina.
-Ahora que lo pienso, el profesor Nebot, íntimo amigo mío, me ha mentado algunas veces este curso pasado a una alumna suya, de las más brillantes que ha tenido en todos sus años de docencia, apellidada Pereira. Quién iba a decir que me la encontraría hoy.
-Espero no estar muy alejada de la imagen mental que habrá fraguado sobre mí -contestó sin perder un ápice de sosiego y formalidad equilibrados tan habitual en ella, sin molestarse en responderle con falsos regodeos a esos halagos tan formales como vacíos, por muy ciertos que pudiesen ser; y menos viniendo de aquel hombre. Ella no era de las que se dejan regalar el oído tan frívolamente-. Pero estoy segura de que alguien de su cátedra no juzga un libro por la cubierta.
El profesor Medina emitió un carraspeó, medio tragando saliva a su vez, ante la descarada puya de la novia de su antiguo alumno; en cambio, Mario luchaba entre el orgullo y la dúctil censura por las palabras de su amada. Los tres plantados junto a la entrada sintieron los ecos de la llegada de los más estrictos puntuales acercándose, tanto profesores como alumnos con sus respectivos acompañantes, a los que se les debía sumar las pocas voces de los demasiado adelantados ya congregados en el salón de actos.
-¿Y ya tiene usted en mente su futuro en la medicina? -preguntó con voz algo dudosa y vibrante, tratando de encauzar el diálogo a su terreno-. Con calificaciones constantes a las que me ha comentado el profesor Nebot este pasado curso, debe tener un amplio abanico de posibilidades...
-Desde luego, hace tiempo que lo tengo claro. Aspiro a ser médico forense.
Medina no sofocó una risilla, que duró poco al estudiar el semblante de Beatriz. Lo que creyó al principio como un chiste de góticos no fue más que una verdad sincera, y que por tanto había sido ofensivo por dejarse guiar por sus prejuicios. Beatriz se sintió satisfecha al ver como empezaba a asomarse pequeñas perlas de sudor debajo del peluquín del profesor de universidad, quien se había quedado sin habla y ganaba cierto color de vergüenza en su rostro.
-Interesante... -comentó sin saber muy bien que decir, mientras hacía un amago de evadirse por la tangente todo lo educadamente posible que le permitía la bochornosa escena-. Pido que me dispensen, por ahí se acerca un colega con el que tengo que comentar un asunto...
Tras despedirse, la pareja se adentró en el edificio ella aún cogida del brazo de él mientras se ponía bien el oscuro chal que se le escurría por la espalda antes de que llegase la pequeña marabunta de personas, dejando a ese hombre intentando recomponer los pedazos de su autoestima. Beatriz parecía gustosa de sus actos, Mario lo supo de buen grado al distinguir minúsculos y delatadores hoyuelos en los extremos de los proporcionados y serios labios de su novia.
-Sólo a ti se te pasaría por la cabeza hacer lo que has hecho.
-Aunque siempre me digas que la indiferencia es la mejor bofetada para los que no nos entienden, ese elemento pedía a gritos una muestra de tolerancia y respeto -su defensa parecía perfecta gracias a la objetividad y el temple de sus palabras-. ¿He de suponer que estás molesto?
-En absoluto -contestó con una leve sonrisa cargada de oculto júbilo-, de hecho ahora te amo un poco más si cabe; la verdad es que ya tocaba que le bajaran un poco los humos. En el fondo no es un mal tipo, pero nunca he oído de nadie que lo trague en realidad por gusto propio.
-Vaya, si lo sé hubiese añadido lo ridículo e inútil de la rata muerta que lleva en la cabeza.
Otra muestra de que ella podía hacerle sentir más vivo por dentro, impulsándole a arranques como el que iba a hacer, tan impropios de él en el pasado. La arrimó en esa fugaz soledad del pasillo, entre los que venían y los que ya estaban dentro, para besarla con ganas. Ella enroscó los brazos en su cuello, sin prestar tanta atención al chal que amenazaba con caerse al suelo.
-Eres única -susurró azotándole los labios con su propio hálito-. Y también la única para mí.
Aún con sus manos en el cuello, ella acarició con mimo con las yemas de sus dedos el pendiente triangular que desentonaba con esas prendas dignas de un caballero.
-Soy feliz cada vez que me aseguras que no me libraré de ti jamás -en su voz había una clara nota de ternura, e incluso de fragilidad muy humana; sólo Mario provocaba en ella esa actitud que a veces la hacía avergonzarse de sí misma-. Lo único que me frustra es no poder hacer más por ti.

-Y a veces me frustras con esa negación a los límites que tienes como ser humano -suspiró él besándole el cabello, retomando sus pasos con parsimonia y aferrándola aún contra sí mismo-. Yo soy feliz a pesar de las cosas que crees que he perdido. Y eso es porque sigo andando de tu mano.